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Olinda Silvano, artista: “Se cree que porque somos shipibos no podemos vivir en la capital”
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A su padre le había prometido comprarle una camisa amarilla y un pantalón negro. También traería detergente y jabón, porque en casa solo se podía lavar con choloque, una semilla de la selva. A los dos meses que dejó su comunidad, cumplió la promesa luego de cobrar el primer sueldo. Con 16 años, era la mayor de 11 hermanos. Olinda Silvano empezaba a tejer y crear su propio camino.
Se echaba a la cama y tenía visiones. Aparecían los kené (diseños geométricos) de colores. Ella preguntaba a otros niños si veían lo mismo, pero solo ella lo podía ver, asegura. “Me sentía rara”, recuerda. Le echaron piri piri, una planta como el pasto pero más grande. A su madre le preguntó “¿quién soy?”. “Eres especial”, le respondió.
Olinda Silvano es una de las artistas shipibo-konibo que llegaron a ArcoMadrid hace un año, uno de los epicentros del arte iberoamericano, donde incluso mostró su obra a los reyes de España. También es una de las fundadoras de la comunidad de Cantagallo, ubicada al lado del río Rímac, casi al pie del cerro San Cristóbal.
Sonríe a lo lejos y levanta la mano para saludarme, mientras come un mango. Son las 9 de la mañana, estamos en Cantagallo, que reúne a 238 familias. Ingresamos a su casa hecha de madera, donde la fachada es como un mural shipibo-konibo. Extiende sobre una mesa pulseras, collarines, bordados, posavasos y un lienzo pintado con sangre de grado que debe enviar a España. “Hago de todo. No estoy de manos cruzadas. Pero hacer mural me gusta porque siempre se va a ver. Estará ahí, en la pared, por más que nadie quiera verlo, estará ahí y tocará el corazón de alguien. Y dirán ‘mira lo que han hecho los shipibos’”, me dice Olinda, valiente y talentosa mujer que camina con el corazón en una mano y la sabiduría en la otra.
¿Por qué dejó su hogar a los 16 años?
Sufrí un accidente. Yo era pescadora. Un día entró una espina en mi rodilla. Me operaron en Contamana. Cuando sané, no podía trabajar en la chacra, me dolía, se hinchaba; entonces, tomé la decisión de salir a la ciudad. A las 4 de la mañana me levantaba para pedirle permiso a mi papá, pero no estaba de acuerdo. En tres intentos no me hizo caso. Entonces, mi mamá fue cómplice. Mi papá se fue a hacer una canoa y le dije a ella: “Me voy”.
¿Cuál era su destino?
Pucallpa. Yo ya había conversado con una persona, quería trabajar de ama de casa, aprender algo. Yo sabía que iba a sufrir.
¿Y su madre qué le respondió?
“Mamá, ayúdame, tú eres mujer y yo soy mujer”, insistí. Le juré que el primer mes de trabajo les iba a comprar su ropa, detergente, jabón y azúcar. Yo lavaba la ropa de los profesores para que me regalen un poco de jabón. Entonces, mi mamá me dijo: “anda nomás, yo recibiré el golpe” (ríe).
¿Pero se fue sin plata?
Sin nada. Me llevó un joven. Tuve que suplicarle para que no me haga daño. Era cristiano, entonces le dije: “Si tú me haces algo, Dios te va a castigar”. Yo era la mujercita que quería salir a adelante y no quería tener marido.
¿Había terminado sus estudios en el colegio?
Había terminado mi primaria y estaba en segundo grado de secundaria. Pero era difícil vivir en la comunidad: tenía dos ropitas.
Entonces, se fue con el chico.
Sí. Me llevó en una lancha, fueron 12 horas de Paoyhan a Pucallpa. Llegamos a las 4 de la mañana. No me pasó nada, cumplió su promesa: él volteado para un lado y yo para el otro lado, me moría de frío, mi corazón temblando, lejos de mi familia. Yo solo quería aprender, trabajar y sacar adelante a mi familia.
¿Cómo la recibió Pucallpa?
Mi abuelo me decía, “aunque sea raspando con uñas llegarás, nunca te rindas, aunque sea llorando llegas a la meta”. Me quedé trabajando en una casa y lloré una semana, pero no lo demostraba. No entendía el castellano y no sabía hacer las cosas. Pero siempre estuve atenta y trabajé así dos años, y aprendí a hablar español.
¿Volvió al colegio?
Sí, porque a la señora de la casa le dije que quería estudiar. Mandó a traer mis documentos y me puso en el colegio, y lo acabé. Con mi primer pago compré mi zapatito y dormí abrazado de la emoción. Y después de cuatro meses, mi padre fue a Pucallpa. Mi patrona me dijo: “Olinda te buscan, dice que es tu papá”. Yo no quería salir porque me iba a pegar. Salí, esperaba el golpe de mi papá, pero me abrazó y lloró. Me había traído tortuga (risas).
¿Y en qué momento decide venir a Lima?
Acabé la secundaria y fui a enseñar a los niños en la comunidad Olaya. Enseñaba en inicial. Tuve mi pareja y él vino a Lima para buscar trabajo. Yo quería trabajar en mi arte.
¿Pero quería venir a Lima?
No estaba tan animada. Mi esposo es mecánico y me trajo a conocer. Era difícil de caminar en Lima, hay calle por acá, pista por allá. Creo que era el año 95. No conocía, me perdía, lloraba. Allá (en la selva) la casa es grande y en la ciudad la casa era chiquita. Cocinar y ahí nomás, dormir y ahí nomás, lavar la ropa y ahí nomás. Me sentía presa. Lloraba y lloraba. Mis hijitos lloraban, querían comer pescado. Cuando les daba pollo, miraban y lo botaban. Lima tenía sus pescados que eran hediondos, pero tenía que comprarlos. Y freía así (se tapa la nariz con una mano). Pero ahora ya no.
Sin embargo, usted es una de las fundadoras de la comunidad de Cantagallo.
Sí. Llegué en el año 2000 acá, pero estábamos al otro lado (mira al río), pero ya se lo ha llevado OAS (donde hoy está la carretera). Llegamos como 10 personas. Poco a poco fuimos juntando más personas y creció la población. En el año 2001 se volvió asociación y ya era una comunidad, donde podías hablar en tu idioma, comer asando. En un alquiler no puedes hacer candela. Uno extraña su comida, tu plátano asado, su yuca, tu masato. Todo.
Han pasado más de tres años del incendio.
Pasó un 4 de noviembre de 2016, es algo que a veces no queremos recordar, pero a la vez es algo que nos da más fuerza para seguir viviendo, aprender. Antes del incendio pasaron muchas cosas: matones nos golpeaban con piedras, a nuestros hijos teníamos que meter debajo de la cama. Nos querían botar, pero siempre hemos luchado, por eso somos selváticos. Nos enfrentamos y desde ahí nos dejaron un poco en paz. Mi papá fue golpeado en el 2004 y él murió a raíz de ese golpe. Se fue a la selva y ya no regresó. A veces se cree que porque somos shipibos no podemos vivir en la capital. Este también es mi pueblo, esta también es mi ciudad. Seré indígena, pero soy shipibo-konibo del Perú, no de México, no de España sino del Perú. Cuando llevo mi arte afuera no llevo el arte de los shipibos sino de nuestro país, del Perú.
Al final se trajo a sus padres.
Sí. A los dos y después a mis hermanas. Yo fui como un camino para mi familia. Mi padre falleció en 2004 y mi madre sí sigue con vida. He tenido que trabajar tanto en la cocina, como en el arte porque tenía que mantener a mi familia. Mi papá me dijo: “confío en ti, hija, yo sé que eres trabajadora, no eres mezquina”. Me dijo también que luchara por Cantagallo. Él también fue presidente de la comunidad.
¿Hoy cómo está la comunidad?
Ya tenemos varios engaños. En la época de Susana Villarán también nos prometieron que nos iban a dar un espacio en Campoy, fuimos a tirar la primera piedra y danzar, y fue en vano. Lo mismo con el señor Castañeda y ahora es igualito. Ya no nos emocionamos como la primera vez. Es una burla, porque no cumplen. No somos invasores. Y estamos acá. Cantagallo es una historia que hemos hecho, nuestras familias han crecido y han muerto acá. Acá queremos que se construya algo. Las madres artesanas van caminando al Centro de Lima. También han dicho que nos vayamos más arriba de Puente de Piedra, por Ancón. Si nos vamos a allá, nuestras madres artesanas qué van hacer.
Ha estado en España, Rusia, Canadá. ¿No ha pensado volver a migrar?
Bueno, todo eso está bien. Pero si tú amas a tu pueblo y amas a tu país, te quedas. Me ofrecieron quedarme en Alzira, Valencia, pero yo tengo familia acá. Tengo mi propósito, no pienso por mí sola. Yo pienso que estoy adelante y atrás vienen más mujeres.
¿Regresa a Paoyhan?
Siempre regreso para dar talleres de lo que he aprendido. Por ejemplo, he participado en un taller audiovisual y ahora me toca hacer un taller en Pucallpa. No he venido a Lima a calentar la silla, a estorbar, sino a aprender y a llevar y compartir en mi tierra. Yo quería ser profesional, no pude por la necesidad, pero ya he pisado la Católica, San Marcos, donde he recibido capacitaciones. Gracias a la gente que me da la oportunidad para capacitarme y gracias a mí misma por mi voluntad, quiero seguir aprendiendo lo que soñaba cuando era joven.
¿Cuál es su sueño ahora?
Ver que mis madres de Cantagallo salgan adelante y a mis hijos profesionales.
Autoficha:
- “Mi nombre es Olinda Silvano Inuma de Arias. Y mi nombre en shipibo es Reshinjabe. Mi Instagram es @olinda_reshinjabe_silvano. Mis padres me tuvieron cuando tenían 13 y 15 años. Nací en Ucayali. Tengo 50 años y cuatro hijos, un varón y tres mujeres; él aprende este arte”.
- “Estoy exponiendo en el C.C. Ricardo Palma (Av. Larco 770, Miraflores), junto a otros artistas; el curador es Harry Chávez. Pronto vamos a tener una feria en el Parque de las Aguas con la Municipalidad de Lima. Y en setiembre veré si me voy a Canadá para pintar un mural”.
- “Este año viajo a Brasil, México y estoy viendo EE.UU., si es que me dan visa; será una feria internacional. En Brasil pintaré con los indígenas y en México en un centro cultural. Y he sido invitada a la Bienal Internacional de Arte Indígena, en Michigan, pero repito, no tengo visa, espero que me ayuden”.
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