Registró sus sueños. A veces los escribía. Otras veces los grababa en audio.
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Apenas despertaba, aún con los ojos casi cerrados, con el recuerdo fresco, buscaba la posición del sueño vivido, para evocar cada detalle.
—El cuerpo también tiene memoria —me dice Muki Sabogal.
Con la esperanza de que el inconsciente hable, prendía la grabadora y dejaba que la memoria narre lo soñado. Normalmente, era en la mañana, pero podía ser a la medianoche. Al inicio las grabaciones duraban 10 minutos y luego hasta 40.
Así fue parte del proceso para confeccionar Un ritual transparente, libro de sueños y poemas editado en México por juan malasuerte editores. Obra que ya presentó en Lima y que este 3 de abril presentará en la librería Casa Tomada de Condesa, en Ciudad de México, donde radica. El libro ya está disponible en tres librerías limeñas: Inestable, Espacio Secundario y Placeres Compulsivos.
—Si quieres te leo un poema —propone.
Darte a luz constantemente
camaleónica
día a día un ritual propio
un acto de transparencia
te tienes que dominar
coger al animal por el pescuezo
sentirlo brillar en tus manos
y si revivimos justo antes de matarnos
y si arriesgamos mucho más
esa energía jamás se pierde
se regenera en el movimiento
Monstruo amoroso de mil cabezas
El plural era yo misma
Dar a luz toma su tiempo
Es casi un autorretrato… Trabajas audio, performance, escribes, actúas, modelas, te pones orejas. ¿Por qué lo camaleónica?
Me interesa que como seres humanos nos permitamos ser alguien nuevo dependiendo de lo que está pasando o de lo que nos provoca. De hecho, hasta en mi vida cotidiana un día me visto de gótica, otro día me visto con mil colores. Desentonar, pero dentro del tono. Mi mamá siempre me dijo: “Donde fueres, haz lo que vieres”, y siento que siempre le desobedecí y le hice caso al mismo tiempo. Salgo de lo común de ese espacio, pero al mismo tiempo trato de adaptarme para no ser alguien rechazado porque sí me siento parte.
En nombre de esta figura de la consecuencia, ¿hoy está mal visto cambiar tanto?
Yo creo que sí. Siempre te dicen “nunca cambies”. Es como que te ponen una jaula y te dicen: “Yo te conocí así, te quiero así y solo te voy a querer así”.
O peor aún, hay gente que se felicita a sí misma y dice: “Yo sigo siendo el mismo de siempre”.
Claro. Escogí la actuación porque dije “esta es la única vida que me tocó ahorita y se va a acabar”. Entonces, esa desesperación por vivir es la que también me empujó a ver cómo hago para multiplicar esta experiencia de vida lo más posible.

¿Parte de tu ser camaleónico es que naciste en Polonia, viviste en el Cusco y ahora radicas en México?
Nací en Krzeszowice, es un pueblito católico a las afueras de Cracovia. El parquecito central de Krzeszowice es casi como un bosquecito donde hay una estatua de Juan Pablo II, como casi todo pueblo polaco. Tiene un río que corta la plaza. Hay una iglesia y patitos en el río. En la maternidad, a tres cuadras, mi mamá me dio a luz.
¿Por qué tus papás estaban ahí?
Mi mamá es mitad peruana, mitad polaca y mi papá es peruano. Se mudaron con sus cuatro hijas en la época de Sendero por una beca que ganó mi mamá. Pero al final iban de pueblito en pueblito cuidando casas. Viví en Polonia hasta los 9 años.

¿Cómo influyen esos viajes en tu vida?
Me tenía que adaptar, pero al mismo tiempo sabía que nunca iba a poder adaptarme porque era de familia vegetariana de nacimiento, no teníamos televisión, solamente leíamos.
¿Por qué no tenían televisión?
Una regla de mi mamá. Cuando nació mi hermano, ya éramos seis y cada quien estaba con su libro y parecía que cada quien estaba delante de un televisor.

¿Por qué volvieron al Perú?
Mis papás querían volver. Nos fuimos a Cusco, donde estuve hasta los 15. Había esta necesidad de ser camaleónica porque la sociedad polaca es racista, y éramos los patitos raros. Yo sabía que no podía encajar del todo, pero al mismo tiempo también tenía que encontrar maneras de que sepan que no soy del todo outsider. Lo otro que influenció es que me metieron al colegio en Cusco sin hablar español. Cuando me molestaba con mis compañeros, gritaba en polaco, y a ellos les encantaba escucharme; al final se estaban divirtiendo, me lo tomé por el lado positivo y comencé a explorar posibilidades de la voz y a hablar en una lengua inventada. Esas fueron mis primeras performances (risas).
También eres modelo. ¿Te asumes una modelo convencional?
Más me identifico como modelo por el lado de fotos artísticas. Por ejemplo, Yuyachkani tenía una forma de definir que el actor convencional es el que obedece las instrucciones del director; en cambio, ellos se concebían como actor-creador. Donde esté, trato de cocrear.
¿Las orejas que usas son decorativas o hay una intención detrás? Es como si quisieras transformar tu cuerpo.
Me gusta la idea de la expansión en todos los sentidos. Lo que uno ve físicamente es expandir las orejas, pero la invitación que llevo detrás es expandir la conciencia, la mente, las posibilidades del ser. Y volvemos al hecho de ser camaleónico como esa invitación a redescubrirte en cada situación; es un proceso constante, inacabado.

Autoficha:
-“Soy Muki Sabogal. José Sabogal (pintor y ensayista) era mi bisabuelo. Vivíamos rodeados de sus cuadros y su inspiración. Me encantaría pintar en algún momento… Entré a la ENSAD un ciclo y luego estudié Teatro en la Católica. Me salí y me metí a Yuyachkani un par de años”.
-“Hice una performance en Chabuca Granda, era un puesto de lavado de manos, penas y conciencia. Le lavaba las manos a la gente y los invitaba a que se concentraran en algo que les fastidiara. Tenían que escoger uno de los elementos que les ponía para que se lavaran”.
-“Había una escobilla de lavar zapatillas superfuerte, una esponjita de ducha, una esponja de lavar platos; niveles de intensidad; y sorprendentemente, casi todos elegían el más hardcore. No era necesario que me digan su recuerdo. Me tenía que ir, pero había una fila enorme. Gente llorando, agradeciendo”.
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