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Manuel Choqque: Papas y felicidad [VIDEO]
En medio de CADE, el ingeniero agrónomo enumeró miles de razones por las que ama este tubérculo y agradeció a TGP y a su programa Peruanos que Transforman.
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La sonrisa de Manuel Choqque casi siempre se antecede a sus respuestas. No es difícil darse cuenta de que hablar sobre papas hace muy feliz a este hombre nacido en las alturas. En realidad, no solo a él. Que Manuel hable con tanta pasión de este insondable tubérculo hace bien a todo el país. Cusqueño, ingeniero agrónomo y protagonista de la cuarta generación de agricultores de su familia. ¿Por qué este joven de 33 años pasa su vida observando los colores de la papa?
De Manuel habría que empezar diciendo que tiene una empresa familiar de papas nativas. Hasta hace unos años sumaba 350 variedades. Todas analizadas, todas exploradas en su chacra de Huatata a 3,700 metros sobre el nivel del mar. Decir que resulta una empresa quizás es limitar y no darle la real dimensión al trabajo de este ingeniero. Es, más bien, una suerte de gran laboratorio en medio de la inmensidad del Valle Sagrado. Allí, como si se tratara del diamante más preciado, Manuel explora cada centímetro del tubérculo, apunta sus formas y colores. Desata su material genético y toma nota de cada particularidad. Anota y anota.
—Vivir aquí es increíble, yo crecí en el campo. Mis primeros juguetes eran papas. Para mí, la papa es un tubérculo tan preciado, tan hermoso. Detrás hay mucha historia. Hay mucho conocimiento ancestral, tecnología ancestral.
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Obsesionado con el tubérculo, Manuel decidió hace más de una década asentarse en Cusco para estudiar Ingeniería Agrónoma en la Universidad Nacional de San Antonio Abad. Apenas terminó la carrera, se devolvió para Huatata. Tenía bastante claro que quería escribir su camino entre los campos de cultivo de papas nativas de sus padres y abuelos, probar hasta dónde puede llegar su fascinación por este túberculo que es capaz de transformarse en miles de formas. Con la experiencia y el empeño de su juventud consiguió elaborar proyectos notables de mejora genética.
La idea principal era terminar con el mito que ha acompañado a la papa por varios siglos: que solo es una guarnición. Manuel —entonces— se empeñó en demostrar que, tal como ocurrió con nuestros ancestros, la papa no solo calma el hambre, sino que mantiene un gran valor nutricional. Que nuestro tubérculo no vuelva a ser nunca más un actor secundario. Poco tiempo pasó para que los hoteles y restaurantes toquen su puerta.
—Mi trabajo busca romper ese paradigma. La papa ha salvado de la hambruna al mundo. Se ha originado y domesticado en los Andes del Perú. Tenemos más de 6,000 variedades.
Y el ingeniero dice todo ello con el corazón en la boca. Con una convicción que contagia. Se le nota en los ojos y en sus manos cuando describe los tubérculos. Los coge con respeto y delicadeza. Con el mismo amor con el que un padre muestra las obras de sus hijos. Por un lado están las moradas, por otro las amarillas con tintes rojos. Las más chatas por ahí y al otro las que son totalmente negras. Aparecen también algunas que recuerdan a serpientes, besos o a racimos de uva. Son apenas unas cuantas de una familia que suma centenares. Es imposible dejar de mirar a una papa que tiene la forma de una garrita de puma. Manuel dice que se llama Pumaqmaquin.
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Pero hay un espacio especial para unas papas. Unas que el cusqueño ha deshidratado y pintado totalmente de dorado. Como si tuviéramos en nuestras manos orfebrería en oro.
— Eso mismo. Lo que quiero decirle al mundo es que tenemos un tesoro escondido que nos falta explotar.
Y Manuel nos convence. Su amor por las papas nos convence.
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