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Lizardo Cruzado: "Si todos los días creáramos algo, viviríamos mejor"

Para el poeta y psiquiatra trujillano, “los mejores conocedores del alma humana han sido los escritores". Acaba de reeditar su único poemario: 'Este es mi cuerpo', publicado originalmente cuando era un adolescente. Conversamos con él.

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Se identifica con Sancho Panza, porque vive con los pies en la tierra y una mirada práctica sobre las circunstancias. Tal vez por eso estudió Medicina y no Literatura. Aunque ambas, sus sueños de adolescente, finalmente las alcanzó. La primera a través de la psiquiatría y la segunda gracias a la poesía.
Médico como Luis Hernández y liberteño como César Vallejo, Lizardo Cruzado (Trujillo, 1975) escribe desde los ocho años de edad. Su primer y único libro –etiquetado como de culto–, 'Este es mi cuerpo', publicado en 1995 y reeditado ahora por Pesopluma, concentra la poesía de su adolescencia, tras lo cual ingresó a una suerte de silencio editorial. Pero ha vuelto. Emocional, bullente y visceral. Y alista una nueva publicación para 2019, porque, como bien dice, no le gusta vivir de los éxitos del ayer.
Esta entrevista no es en una librería ni en una biblioteca ni en una oficina. Es en medio de un bullicioso centro comercial limeño. En la calle. Él llega en Metropolitano, trae una camisa amarilla y nos dice: “He venido con mi peor look. Ya no soy el chiquillo que fui. Soy un viejo que empieza a quedarse pelado y con un abdomen prominente”. Circunstancial, anecdótico, espontáneo, ocurrente, natural, imprevisto, irónico. En esa superficie, en esa llanura vive su esencia. Y en esta entrevista parte de ella.
En 'Este es mi cuerpo' viene un poema que lo escribiste a los 12 años. ¿Cómo así?
Como soy hijo de docentes, siempre ha habido una sutil invitación a la curiosidad en la cultura. Las épocas benditas en que no había Internet ni Playstation ni cable. Tenías un horario para ver dibujos animados. Había que refugiarse en la lectura.
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¿Cómo era ese niño escritor?
Chancón, nerd, muy de su casa. Pero así como en ‘La ciudad y los perros’, el poeta es el que aprende a sobrevivir porque sabe empatizar. Yo era brigadier en secundaria. Cuando un alumno se evadía, primero me tenía que avisar para que no haya problema. Uno tiene que saber acomodarse y sintonizar. No era el típico chancón, sobón, acusador, correveidile, sino un chancón por naturaleza y que no quiere hacer daño a nadie.
¿Por qué la medicina y la escritura al mismo tiempo?
Hay un legado familiar. Mi padre iba a ser médico. La medicina es al final una tarea de servicio, donde no eres ajeno al sufrimiento. La sensibilidad que uno posee ante el dolor despertó en mí el deseo de ser médico.
¿Qué sufrimiento experimentaste en la infancia?
Mi mamá era muy nerviosa. Y la psiquiatría es la parte más cercana de la Medicina a las artes y humanidades.
Un estereotipo del artista tiene que ver con el desajuste delas emociones.
Muchos artistas tienen padecimientos mentales con mayor frecuencia que la población en general, por cuanto el abismarte a esos extremos de la existencia humana te da una panorámica más amplia. Alguien que ha coqueteado con la idea del suicidio, que ha conocido el frenesí espiritual más alto, tiene una imagen más amplia del ser humano. Los artistas pueden tener más problemas de salud mental que el común de la población. Por otro lado, todos pasamos por situaciones que en algún momento las consultábamos al anciano de la aldea, al abuelo de la familia o a los sabios del pueblo. Hoy no existen esos personajes. Entonces, ante la duda existencial o la angustia, la gente va al psicólogo, a quien le pagas para que sea tu amigo. Eso nos obliga a tener una visión crítica. Mucha gente que va al psiquiatria, no necesariamente tiene una enfermedad mental, y mucha gente que tiene una enfermedad mental, aún no tiene acceso a los servicios de salud.
¿La poesía cura?
La creación es un elemento indispensable en la cúspide de las necesidades humanas. Si todos los días creáramos algo, por sencillo que fuese, viviríamos mejor. Por eso, en mi caso, la poesía sigilosamente sigue siendo un pasatiempo, en el sentido de deleite, liberación plena y cotidiana. No es un trabajo ni una responsabilidad acartonada o estructurada como si yo fuese alguien que ha estudiado Literatura.
¿Por eso se impuso la Medicina profesionalmente?
Desde pequeño sabía que me gustaba escribir, pero sabía que tenía que vivir de algo. En el Perú, los niños también somos realistas (risas). La Medicina me permite un ámbito satisfactorio, que es cuando sientes que has ayudado a alguien y te asomas al paisaje de su alma. Es una vivencia muy especial, sin la cual sentiría incompleta mi perspectiva vital. La persona abre su alma.
¿La literatura también tiene esa capacidad, incluso limitando con la terapia?
Los mejores conocedores del alma humana, en todas las épocas, han sido los escritores. Hoy en día hay la creencia de que los problemas de salud mental los resuelven solo los psiquiatras y los psicólogos. Eso no es así. Mucho menos los psicofármacos. Nuestro estilo de vida en general es bien enfermante. Vivimos trabajando toda la semana para ganar dinero y gastarlo en cosas que no necesitamos.
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Ahora vuelves al libro tras décadas de ausencia, pero vestido de blanco (o celeste). Y alistas un nuevo conjunto de poemas para 2019.
El próximo año publico un buen y consistente manojo de poemas de los dos últimos años. Hay una palabra bonita que se llama barbecho, que es dejar en inactividad un terreno para que se fomenten las esencias nutritivas y vuelvan a brotar. Entonces, tener una carrera literaria y publicar cada cierto tiempo como si uno fuera una especie de insecto en reproducción continua, no tendría por qué ser así. Cada quien tiene su ritmo. Además, hoy en día las adolescencias son prolongadas. Debo estar acabando la mía quizás.
¿De qué edad te sientes?
En realidad, toda la vida me he sentido un viejo. He sido un muchacho serio, formal, responsable y pensando mucho en el futuro de manera planificada, sin dejar nada al azar. Las personas ansiosas, obsesivas son así. No corren riesgos, quieren tenerlo todo bajo control. Es mi manera de ser.
No estudiaste Literatura. ¿La poesía cómo se aprende?
El Perú es tierra de poetas. El lenguaje es inherente a la condición humana y estructura el pensamiento. La materia prima creativa más cercana que tienes es el lenguaje. Ha habido épocas en que la gente hablaba en verso. Te vas a Chincha y encuentras personas que hacen sus décimas con mucha espontaneidad. Lamentablemente, no hay un acercamiento más amplio al lenguaje desde el colegio. Lo primero que te embuten de la poesía es a Vallejo y no te permite una perspectiva más amplia. No hay que ser artificioso. El acercamiento a la Literatura todavía es acartonado y no fomenta la cotidianidad sino la distancia.
Tú estás más en la orilla de Luis Hernández que la de César Vallejo.
El problema no es Vallejo, sino la imagen que se ha hecho de él. Ha sido un bohemio, muy intenso, travieso. Pero si ponen a leer un poema de Trilce a un chiquillo de ocho años, lo estriñes de por vida. Se ha proyectado una imagen icónica de un Vallejo inalcanzable.
¿Te pasó eso: encontrarte con un Vallejo que no entendías?
No solo eso, sino que se asumía que era la expresión suprema de la poesía y la peruanidad. Es una imagen que no le hace justicia como algo vivo, que pudiera ser parte de nuestra existencia.
¿Qué imagen debemos tener de Vallejo?
El de un hombre bohemio, travieso, contestatario, apasionado. Obviamente, Luis Hernández es más cercano a lo que yo escribo. Al final, tampoco se dedicó de manera orgánica a la literatura. Para él era un juego, un hobby loco.
¿Tu próximo libro seguirá esa senda que denominaste el “realismo chistoso” (que claramente es una ironía)?
La ironía es propia de mi temperamento. Las líneas maestras se mantienen, pero ya no soy el chiquillo que fui. Soy un viejo que empieza a quedarse pelado, con un abdomen prominente. Por lo demás, el libro se llamará ‘No he de volver a escribir’.
¿Es una despedida?
Ehhh... ¿cómo decirlo? Espero que no. Es un verso de Hernández, que dice: “No he de volver a escribir como lo hice cuando el corazón era joven”.
¿Cómo está ese corazón?
Para escribir y crear, el corazón tiene que estar vivo, joven o viejo, pero vivo. El corazón debe seguir siendo capaz de ilusionarse y de creer en los sueños.
¿Y cuáles son los sueños e ilusiones de Lizardo?
Ver crecer a mis hijos.
AUTOFICHA:
“Nací en Trujillo, en el año 1975. Soy hijo de padres profesores, quienes afortunadamente aún me acompañan. Si pudiera viajar todas las noches a Trujillo (para verlos), lo haría. Nunca me han dicho qué les parece mi poesía. La vena literaria viene tal vez por mi madre, quien escribía poema escolares”.

“Radico en Lima hace 15 años. Vine a formarme como psiquiatra y me quedé a trabajar en el mismo hospital donde hice la especialidad: el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado - Hideyo Noguchi. Hice la especialidad en la Universidad Cayetano, donde soy docente”.

“Mis hijos sí han leído mi poesía, pero tienen sus talentos. Siempre vuelvo a la Psicopatología general, de Karl Jaspers, un libro crucial en la formación psiquiátrica, que lo leo desde hace 15 años y aún no acabo. Un libro que me marcó fue Rayuela, que tampoco lo acabé de leer. Hubiera querido ser narrador”.