Katya Adaui: Lo que tiembla

“Watanabe no movía la piedra del cauce para alterar el sonido del agua. Era la piedra y el agua.”
José Watanabe (1946-2007)

José Watanabe (1946-2007) es un poeta del mundo animal.

Los animales son una presencia obsesiva, admirativa; asisten a su propia finitud con dignidad reverberante. La obra de una vida, la aceptación del estado contemplativo que lo acompañó desde la primera infancia.

Sus padres cazaban camarones en el río donde jugaba con sus hermanos, él atestiguaba desde una piedra alta escogida para reposar. Su padre, inmigrante japonés, desollaba cuyes con las mismas manos con que sostenía haikus de Basho para leerle al hijo. Por su lado, la contención japonesa, y por el lado de la madre, la emotividad andina: “Soy producto de dos grandes culturas, la japonesa y la andina. Yo no me siento representante de dos grandes culturas. Yo escribo, nada más…”.

En la antología Lo que queda, de 76 poemas, solo once no mencionan animales. Los otros narran una naturaleza fragmentada: carne, montañas, cascarón, almendras, hierba, plumas.

Con mayor presencia: los pájaros. 19 veces. Seres asidos del aire, es decir, al vacío, a la nada. Los animales de alas, escribe, entre los que incluye, en plena metamorfosis, a larvas y orugas.

En el poema La oruga plantea un antagonismo entre la vida del hombre, destinado a permanecer en el suelo ganándose el sustento, y la vida de un ser a punto de ser algo. Celebra el acto inasible del vuelo, vuelo del que solo puede dar testimonio.

Los pájaros son los que entienden: ellos saben partir.

Después vienen los perros. Dejan las huellas de su alegre trotar en el adobe.

Conoció la mortalidad en la hacienda azucarera de Laredo, su padre trabajaba la caña de azúcar, y en la piedra de la cocina, siempre limpia para el sacrificio. Luego, la de una niña, su vecina, por quien escribió un primer poema. Él mismo fue confrontado muy joven con la idea de partir. Durante el colegio le descubrieron un soplo.

En su poesía animal, los seres son símbolos, sujetos de deseo o metáforas del tránsito. La contraseña para una percepción del mundo a través de todo lo que despierta, lo que tiembla, lo que vuelve a callar: reconstruyen (a partir de lo que ya existía) y deconstruyen (a partir de lo nuevo).

Un observador obsesionado con las lagartijas en tanto se disuelven con el paisaje. Pensó en su propia muerte como en la posibilidad de disolverse en algo más grande.

Watanabe no movía la piedra del cauce para alterar el sonido del agua. Era la piedra y el agua.

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