Enrique Polanco: “Como decía Ribeyro, Lima tiene una belleza secreta”

“(Me enamora) la Lima del vacío, del casi silencio. Y la que está en mis cuadros. (Pero) Lima ha cambiado para mal, porque han dejado caer arquitecturas que debieron ser monumentos históricos. La Lima mía, como dijo Toño Cisneros, hay que buscarla más en un lugar del alma”, reflexiona el pintor sobre la ciudad en su aniversario 485.
Conversamos con el pintor Enrique Polanco. (Perú21/ César Campos)

Lima está en Alemania. Lima estuvo en Holanda. Lima está en todas partes, gracias a Enrique Polanco, quien actualmente expone en Berlín 23 cuadros inspirados en nuestra ciudad. Sobre una Lima afiebrada, entre lo real y lo fantástico, exaltada en sus colores, sobre una ciudad que no es gris. Una Lima que hoy cumple 485 años de fundación.

Eran cuatro amigos. Estaban viendo un bodegón. De pronto, alguien abrió la puerta con vehemencia. Se trataba del pintor Víctor Humareda y sus 56 años. Entró como bailando tango, vio el bodegón, agarró un violeta y pintó una berenjena. Los cuatro amigos observaron esa escena sorprendidos y admirados por tal genialidad de lo imprevisto. Uno de esos amigos era el joven Enrique Polanco, quien entonces tenía 22 años, mientras corría el año 77. Estaban en Bellas Artes, donde conoció la Lima del pasado, y con Humareda, con quien conoció la Lima de aquel presente.

Desde su estudio barranquino, de paredes grises, frascos de pintura chorreados sobre las mesas y cuadros estacionados por todos lados, me dice que no trabaja en ningún proyecto, pero que se dedica a pensar. Mancha lienzos, los pinta de blanco y luego de naranja, como tratando de dialogar con ellos, a ver qué le van diciendo. Y lo hace con ese ojo de poeta y mirada infrarroja, como lo describía Julio Ramón Ribeyro, que descubre bajo la banal realidad lo oculto, lo precioso. Con ese ojo de cuentista.

¿Por qué pintas a Lima?

Yo conocía a Lima desde adolescente, pero no pasaba de la Plaza de Armas. Vivía en Miraflores. Cuando postulé a la escuela de Bellas Artes, ahí conocí Lima. Pero la conozco más en el segundo año, en la escuela, cuando un grupo de patas salíamos a pintar a la calle. Dejamos un poco de lado la currícula de la escuela. Recuerdo haber ido a La Parada y ver a todos los tricicleros de Lima, tipo 5 de la tarde.

¿Al joven miraflorino no lo espantó esa Lima?

Para nada. Fue un descubrimiento. Me quedé admirado porque le vi una gran posibilidad plástica a la ciudad. Así fue mi primer contacto serio con Lima.

¿Qué tiene de especial Lima?

Lima es la estética del abandono. Yo me he movido más en los Barrios Altos, en el Rímac y algo del Centro. Esa estética es bien explicativa. Hay un texto de Ribeyro que dice: “Lima de mis amores y mis odios, quién cantará tu visible fealdad, tu secreta belleza”. Lima tiene una belleza secreta.

¿La ciudad ha cambiado para bien o para mal?

Lima ha cambiado para mal, porque estúpidamente han dejado caer arquitecturas que debieron ser monumentos históricos, como El Buque en Barrios Altos. La Lima mía, como dijo Toño Cisneros, hay que buscarla más en un lugar del alma.

¿Qué te dice Lima hoy?

Hay mucho más gente. Es más rápido todo. Es Lima de todas las sangres. Pero lo mío es la marginalidad y camino por calles de Lima que están iguales que hace 30 años: más enclenques, pero están.

¿Pero qué conserva de especial esta ciudad?

Yo tengo especial interés en la estética del abandono. Es una fijación pictórica.

Pintas la Lima del abandono y la Lima de la precariedad.

La Lima de la informalidad, y qué mejor ejemplo que San Cosme. Ahí empezó mi admiración a Lima visto como oficio pictórico.

¿Hoy qué Lima te interesa?

No sé. Ahí están los cuadros, vacíos, blancos.

Esperando.

Exactamente.

Pero sueles salir a caminar para encontrar a la ciudad.

Sí, claro, por Barrios Altos, el Rímac. ¿Qué hubiera sido de Barrios Altos y el Rímac si hace 40 años hubieran hecho lo que hizo Cartagena, en Colombia? Es decir, pintarlo de colores, hacerlo peatonal y con cafés, bares. Sería una maravilla, lo que hoy es Cartagena. Acá no, acá es botar para construir un edificio de lunas azules seguramente, un depósito para tiendas. Lima es un tema inacabable porque es una ciudad que se transforma día a día.

Desde aquel día que Víctor Humareda irrumpió en el salón de Bellas Artes, ¿cuál es el balance de tu obra?

He pasado por etapas de evolución más que de transformación. Mi pintura empezó siendo muy expresionista y con el tiempo ha regresado a una figuración muy especial. Ya no necesito la distorsión ni el expresionismo salvaje, alemán. No. Los pintores también somos cuentistas.

Y poetas, ¿no?

Evidentemente, porque el color es poético. El color también es musical.

¿Qué le regalarías a Lima en su aniversario? ¿Un cuadro de Polanco?

¡Noo! Que me lo compren (sonríe). A Lima le regalaría una propuesta para que se empilen y se empiecen a solucionar los problemas que no se han solucionado nunca.

Pero si pasa eso, desaparecerá la Lima que pintas.

No. Gamarra se ha ordenado, pero existe. La Lima marginal no va a morir, se seguirá transformando, reinventando.

¿Qué te enamora de Lima?

La Lima del vacío, del casi silencio. Y la que está en mis cuadros, la ciudad que es rápida, con gente y carros. Lima también es una ciudad incendiada. En Bellas Artes eran las huelgas, tomas de la escuela, la década del 70 fue bien movida. En el 83 me fui a China por una beca y regresé en el 87, cuando era una ciudad destruida. Pero mi pintura es atemporal.

¿Y qué te molesta de Lima?

El tránsito, la delincuencia, el abandono. Es complicado solucionar los problemas de Lima en cuatro años. Tenemos problemas que se arrastran desde hace décadas, multiplicados por diez. Y es la Lima que a mí me interesa, la Lima precaria, la Lima abandonada, porque lo esencial es invisible a los ojos.

AUTOFICHA:

- “Nací en Miraflores, el 1 de noviembre del 53, tengo 66 años. Nací en una clínica en Angamos, cuando no había edificios, pero sí acequias, árboles de mora. Estudié en la Escuela de Bellas Artes, del 75 al 81. Me fui a China y cuando regresé, encontré una Lima más caótica”.

- “No tengo una contabilidad del número de cuadros que he pintado. Tampoco son miles, ¡ah! Pero sí he pintado bastante, a mi ritmo. Lo más importante, más que la cantidad, es siempre haber producido. Mi visión empieza a irse a lo onírico y surreal, Lima es eso también”.

- “Con Humareda me iba a caminar por La Parada, al cerro San Cosme. Iba dos veces por semana a visitarlo a su hotel, ubicado cerca de La Parada. Pero mi versión de Lima ha cambiado mucho. Primero era bien expresionista, mucha materia. Ahora busco sensaciones. Lima es el Perú en chiquito”.

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