De Palma con horror.
De Palma con horror.

Aquel día, como tantos otros, mientras ella echaba el juego de naipes, le contó una historia de terror que hasta hoy la recuerda. En la antigua casa de , de habitaciones contiguas, techos altos y vigas, le narró de memoria, como si ella fuera la autora, “La procesión de ánimas de San Agustín”.

Aquel día, probablemente, la abuela vestía sus tradicionales prendas de colores enteros, grises y tonos oscuros. Tenía poco cabello, que lo cubría con pañuelos. Unos ojos celestes impresionantes y el cutis religiosamente cuidado. Usaba dentadura postiza, con la que jugaba cuando contaba historias de vampiros y simulaba los colmillos. “Era muy perversa, pero jocosa y dicharachera”, la recuerda.

De Yolanda, la abuela, viene su vocación por la lectura. Hija de un escritor de obras de teatro, ella lo llevaba de la mano por los textos de corte sobrenatural, quizás para controlar sus travesuras.

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Terminó con “La procesión de ánimas de San Agustín” y nunca le dijo que el autor era Ricardo Palma (1833-1919). Pero años después le heredó una antología de las Tradiciones peruanas.

“Estoy seguro de que mi abuela conoció a Ricardo Palma”, me dice. Conserva un cuaderno de autógrafos de ella, donde hay poetas que le han escrito, como José Santos Chocano. Estima que existe alguna dedicatoria de Angélica Palma, la hija de Ricardo. Yolanda nació en 1903, 16 años antes de que fallezca Ricardo Palma.

Historia familiar que ahora, de alguna forma, se sella en Tradiciones de terror, fina selección de 15 relatos de miedo sobrenatural, extraídos del célebre libro de Ricardo Palma, Tradiciones peruanas, que agrupa 453 textos de ficción histórica. “Relatos espeluznantes que se contaban a voz baja y en penumbra, cuando Lima era apenas una ciudad con unos cuantos miles de habitantes, que vivían protegidos de los piratas por una muralla”, se explica en el libro. Trabajo de edición y selección de la editorial independiente Maquinaciones Narrativa, al mando de José Donayre Hoefken, el nieto de Yolanda.

Entre los relatos incluidos figuran títulos tentadores como “La procesión de ánimas de San Agustín”, “Los endiablados”, “La casa de las penas”, “Fray Juan sin miedo”, “El encapuchado”, “La misa negra” y “Los buscadores de entierros”.

El libro negro de Palma.
El libro negro de Palma.

RICARDO PALMA TOTAL

“¿Tú, que has estudiado Literatura, has leído a Palma completo?”, le dijo una vez un colega docente. José confesó que lo había leído parcialmente. “Tienes que leerlo completo, porque con Palma conoces el Perú”, casi le ordenó.

Tenía veintitantos años y se dedicó a leer a Ricardo Palma en toda su magnitud, en un verano de los años 90. “Nos ofrece una radiografía de ese Perú que salía del virreinato y trataba de ser una república”, me dice el también escritor.

Luego de esta reveladora lectura de juventud, lo atraparon los textos de corte fantástico, sobrenatural y también las historias sobre la independencia que escribió Palma. Estas últimas serán motivo de una próxima antología para 2024.

Donayre subraya que se conoce muy poco al Palma sobrenatural, y ese fue uno de los motores para hace unos tres años empezar la gesta de este libro.

Ricardo Palma.
Ricardo Palma.

EL LIBRO NEGRO

La prosa de Ricardo Palma es una delicia, casi como descubrir un nuevo lenguaje. Limeñadas o peruanadas llevadas a otra dimensión. Y sus textos también son territorios poblados de humor. “Y hay una técnica narrativa muy bien manejada. Hace digresiones, elipsis; te pierdes, pero regresas a la historia. Se toma unas licencias muy osadas. Es un escritor que no está encorsetado en un estilo. Cada tradición tiene una estrategia narrativa. Su prosa está muy nutrida. Te enteras de cosas alucinantes y uno va viendo cuáles son sus obsesiones, como cuando se burla de la burocracia”, explica.

¿Pero había conciencia del género del terror en Ricardo Palma? En la página 26 del libro escribe: “Para dar vida a tales consejas necesitaríamos poseer la robusta y galana fantasía de Hoffman o de Edgard Poe”.

Son 15 tradiciones que nos dan una visión del Perú desde el miedo, desde nuestras angustias, algunas tienen corte político, como es el caso de “El robo de las calaveras”. “Hay terror sobrenatural, pero nos habla también de un terrorismo de Estado: si haces algo contra el orden, tu cabeza estará en la Plaza Mayor”, dice el editor.

Este 31 de octubre es noche de Halloween. Una excusa para sentir miedo. Y Tradiciones de terror nos puede erizar la piel, poner los pelos de punta y privarnos del sueño.

Datos:

-Tradiciones de terror se presenta este jueves 26 de octubre. 6:30 p.m., Centro Cultural Ricardo Palma (Larco 770, Miraflores). En los comentarios estarán Kristina Ramos y Jorge Ramos Cabezas.

-El libro no incluye las narraciones “La peña horadada” o “Piedra del diablo”, que se le atribuyen a Palma. “Es una mentira tan repetida que se va asentando”, explica José Donayre Hoefken.

Extracto del primer relato

El carbunclo del diablo (1547)

La huaca Juliana, cuya celebridad data desde la batalla de la Palma, el 5 de enero de 1855, por haber sido ella la posición más disputada, tiene su leyenda popular que hoy se me antoja referir a mis lectores.

Cuando el conquistador Juan de la Torre, el Madrileño, sacó en los tiempos de la rebelión de Gonzalo Pizarro grandes tesoros de una de las huacas vecinas a la ciudad, despertose entre los soldados la fiebre de escarbar en las fortalezas y cementerios de los indios.

Tres ballesteros de la compañía del capitán Diego Gumiel asociáronse para buscar fortuna en las huacas de Miraflores, y llevaban ya semanas y semanas de hacer excavaciones sin conseguir cosa de provecho.

El Viernes Santo del año 1547, y sin respeto a la santidad del día, que la codicia humana no respeta santidades, los tres ballesteros, después de haber sudado el quilo y echado los bofes trabajando todo el día, no habían sacado más que una momia y ni siquiera un dije o pieza de alfarería que valiese tres pesetas. Estaban dados al diablo y maldiciendo de la corte celestial. Aquello era de taparse los oídos con algodones.

Habíase ya puesto el sol, y los aventureros se disponían para regresar a Lima, renegando de los indios cicateros que tuvieron la tontuna de no hacerse enterrar sobre un lecho de oro y plata, cuando uno de los españoles dando un puntapié a la momia la hizo rodar gran trecho. Una piedrecita luminosa se desprendió del esqueleto.

—¡Canario! —exclamó uno de los soldados— ¿Qué candelilla es esa? ¡Por Santa María que es carbunclo y gordo!

Y disponíase a mover la planta tras la piedrecilla, cuando el del puntapié, que era todo un matón, lo detuvo diciéndole:

—¡Alto, camarada! No me salve si no es mío el carbunclo, que fui yo quien sacó la momia.

—¡Un demonio que te lleve! Yo lo vi brillar primero y antes mueras que poseerlo.

—¡Cepos quedos! —arguyó el tercero desenvainando una espada de las llamadas de perrillo— ¿Y yo soy don Nadie?

—¡A mí no me tose ni la mujer del diablo, caracolines! — contestó el matón sacando a lucir su daga.

Y entre los tres camaradas armose la tremenda.

Y el carbunclo, lanzando vivísimos destellos, alumbraba aquel siniestro duelo. No parecía sino que la maldita piedra azuzaba con su fatídico brillo la codicia y la rabia de los combatientes.

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