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La Dama de Oro: El arte en cautiverio de los nazis [Crítica de cine]
Uno de los casos más grandes de restitución de bienes es llevado a la pantalla grande con las actuaciones de Helen Mirren y Ryan Reynolds.
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La historia alrededor de Retrato de Adele Bloch-Bauer I –el cuadro más famoso de Gustav Klimt– tenía que ser llevado al cine tarde o temprano. La Dama de Oro es el primer filme en dramatizar los esfuerzos de Maria Altmann por recuperar las propiedades que los nazis confiscaron a su familia, litigio judicial que enfrentó a la entonces octogenaria con el Gobierno de Austria.
Habían transcurrido 60 años desde que Maria Altmann huyó de su patria rumbo a Estados Unidos, hasta que finalmente llegó su momento de reclamar justicia. El caso más grande de restitución de bienes fue noticia en todo el mundo, pero a Hollywood no le quita el sueño hacer películas sobre objetos artísticos. Hubo que adaptar los hechos al clásico formato de David contra Goliat. Así tenemos la lucha de una extraña pareja por hacer sonar su voz en los más altos pasillos del poder.
La pareja en mención está formada por Maria Altmann (interpretada por Helen Mirren) y E. Randol Schoenberg (Ryan Reynolds), un joven e inexperto abogado que se involucra con la causa de su clienta más allá de lo estrictamente profesional. La dinámica de este dúo nos recuerda al tándem Judi Dench-Steve Coogan de Philomena (2013), película con la que también comparte una estructura narrativa similar, alternando escenas del presente con las del pasado, siendo estas últimas la ilustración de un recuerdo traumático.
Podemos reprocharle a La Dama de Oro su academicismo, su falta de riego creativo, su afán por apelar al sentimentalismo. Todas esas objeciones tienen asidero, y sin embargo no podemos dejar de reconocer que la película es entretenida. Lo de Helen Mirren no es ninguna novedad: ella está predeciblemente genial; en un momento puede ser la anciana más testaruda y luego mostrarse frágil e insegura como una chiquilla.
Con todo eso, la revelación es Ryan Reynolds, actor que suele ser desperdiciado como galán pero que aquí bordea su personaje con convicción y sensibilidad. Es posible que ninguno de los dos se asemeje a su modelo en la vida real (de hecho, Helen Mirren jamás parece estar cercana a la muerte, aunque así esté escrito en el guion), pero sin ellos la película no tendría vida.
Como ocurría en Mi semana con Marilyn (2011) –anterior película del director Simon Curtis– La Dama de Oro es más interesante por lo sugerido que por lo desarrollado. Como drama judicial y como reconstrucción de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, es a todas luces convencional.
Si me preguntan dónde reside su gracia, yo diría que en su inquietante descripción de la sociedad austriaca. No, este no es un filme de Michael Haneke, pero hay algo repulsivamente fascinante en la manera que las autoridades defienden un patrimonio cultural arrebatado a terceros, con una frialdad y un cinismo que encajaría perfectamente en el III Reich. Quizá los nazis nunca se fueron y convirtieron el arte en su último bastión.
Claudio Cordero (Crítico de cine)
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