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Hace no muchos meses comenté dos libros – No ficción y Todo no es suficiente – que corroboraban la madurez literaria que Alberto Fuguet había demostrado en Missing (2009), hasta la fecha la mejor de sus entregas. El escritor chileno se halla en una etapa sumamente prolífica, pues acaba de publicar una novela monumental, sin duda la más ambiciosa que ha escrito: Sudor. Seiscientas páginas que son todo un reto para el lector, aunque no necesariamente por los motivos que a Fuguet le hubieran gustado. Lo diré desde el saque: es un libro caudaloso, con tramos notables y personajes consistentes que adquieren vida propia ni bien comienza el relato; pero también es un texto innecesariamente largo, tedioso y repetitivo que pudo haberse reducido a la mitad sin que se pierda nada demasiado importante.

Hay que reconocer que el punto de partida de Sudor es más que llamativo: un editor gay de cuarenta años, Alfredo Garzón –Alf para los amigos–, narra cómo durante unos pocos días tuvo una relación tragicómica con el hijo hemofílico de un escritor estrella del Boom latinoamericano cuyo obvio modelo es Carlos Fuentes, mientras que por otro lado nos va haciendo descubrir el submundo homosexual santiaguino, así como los rituales, códigos y dobleces que lo componen.

De esas dos vertientes, la más interesante es la primera. Fuguet aprovecha esa historia del deslumbramiento de un hombre maduro en crisis por un muchacho desconcertado y desafiante para saldar cuentas con sus odiados y a la vez venerados autores del Boom, con las veleidades del sistema editorial y las miserias y secretos de los escritores de su generación. Todo este tinglado repleto de claves y velos a medio correr resulta no solo convincente, sino también fascinante en sus puntos más altos.

El problema de Sudor es la serie de episodios sexuales que rodea el argumento central. Algunos críticos y comentaristas han elogiado la carencia de elipsis o eufemismos en los encuentros que Alf Garzón tiene para saciar sus ansias de carne humana, como diría Sandro Penna, poeta uranista por excelencia. Y es verdad que hay escenas donde los frotamientos, las fellatios y los coitos son descritos con perturbadora crudeza y los diálogos y reacciones de sus amantes retratan muy bien las condiciones del sexo furtivo. Lo malo es que cuando avanzamos el libro y estos elementos se repiten una y otra vez, sin apenas variaciones, nos sucede lo mismo que con cualquier producto porno ya bastante trajinado: es inevitable la sensación de aburrimiento y agobio. Eso resta fuerza y, lastimosamente, diluye un poco los méritos de esta novela.

No puedo dejar de mencionar, antes de concluir este comentario, otra debilidad que aqueja a Sudor y en general a buena parte de la obra de Fuguet: esa necesidad de aprovechar el menor descuido para mostrarse moderno, pop y soltarnos la referencia cool a lo Easton Ellis y la frasecita en inglés estratégicamente colocada. En sus primeros libros esto podía ser comprensible y tolerable, pero a estas alturas ya como que resulta un poquito disforzado y hasta penoso. Los noventa ya pasaron hace mucho y hay que aceptarlo. Yo sé que duele.

Alberto Fuguet
  • Sudor
  • Random, 2016, 604 pp.
  • Relación con el autor: ninguna.
  • Puntuación: 3/5 estrellas.