Lo que conlleva el tinto de verano

Actualización 02/05/2025 – 11:57

Por Sofía Olaechea 

Sommelier

Lo que más me gusta del vino es que no siempre se toma en serio a sí mismo. Sí, claro que hay etiquetas que exigen decantar, copas específicas y algo de silencio. Pero hay otras botellas, otras circunstancias, otros momentos de la vida que invitan a relajar las reglas. A veces, el vino solo quiere que lo enfríes un poco y le pongas gaseosa encima.

El tinto de verano —mezcla sin misterio de vino tinto, gaseosa y hielo— es la forma más simple de tomar vino sin entrar en discusiones. También es, para algunos, una forma de profanar algo que debería mantenerse puro. En ese debate está la gracia. A mí me interesa más lo que cuenta sobre cómo cambiamos la manera de tomar vino: menos rito, más intuición. 

La historia (porque siempre hay una historia)

Aunque muchos lo traten como invento reciente de terraza de moda, el tinto de verano tiene casi un siglo encima. Nació en Andalucía, en una taberna llamada La Venta de Vargas, por los años veinte. Según cuentan, la idea no fue sofisticada ni pensada: hacía calor, el vino estaba muy fuerte, alguien decidió cortarlo con gaseosa y hielo. El resultado fue tan lógico que se quedó.

Durante años, a esta mezcla se le conoció como “un Vargas”, en honor al lugar. Recién más adelante empezó a llamarse tinto de verano. En España es tan común como el pan con tomate, y acompaña las vacaciones, los bares sin pretensión, los días de calor y las conversaciones sin objetivo. 

Cómo se hace

No hay una receta oficial. Y eso es clave para entender su espíritu. Se suele hacer así:

  • Mitad vino tinto
  • Mitad gaseosa (puede ser Sprite, ginger ale, tipo limón, sin complicaciones)
  • Mucho hielo
  • Alguna rodaja de naranja o limón si hay ganas de decorar

Pero eso es solo el punto de partida.

A ver: lo que importa no es la proporción exacta, sino el equilibrio. Si el vino está muy dulce, le pones más gaseosa. Si está muy liviano, más vino. El objetivo es que lo que haya en la copa esté fresco, liviano, y que se pueda tomar sin pensar demasiado. Si lo sentís un poco amargo, más soda. Si le falta carácter, más vino. Hay una libertad tranquila en todo eso. Y cuando hablamos de vino, no siempre pasa. 

Qué vino usar

No hace falta que sea un vino increíble. Es más, probablemente no debería serlo. El tinto de verano es una gran excusa para abrir esa botella que te regalaron y no sabes en qué ocasión tomar o esa otra que quedó abierta en la refri desde el fin de semana. Si es joven y afrutado, mejor. Si no lo es, igual pruébalo: a veces el vino se adapta mejor de lo que uno cree.

No es una bebida para etiquetas importantes ni momentos solemnes. Es vino para cuando el vino necesita ser menos vino y más compañía. 

Lo que incomoda  

Hay quienes piensan que mezclar vino con gaseosa es una falta de respeto. Y no los culpo: hay una parte del mundo del vino que sigue siendo ceremoniosa, exigente, casi religiosa. Pero el vino también es otra cosa. Es campo, es fruta, es tiempo, es cultura y tradiciones, y es también cómo lo toma la gente en su casa.

Si hay algo que aprendí estudiando (y bebiendo) es que el vino puede ser complejo sin volverse complicado. Que uno puede amar la viticultura, admirar una fermentación bien hecha, emocionarse con una buena crianza… y también disfrutar un vaso con hielo y burbujas cuando hace 30 grados.

El tinto de verano no es una receta. Es una salida. Un recurso. Un descanso de las catas, de las notas de cata, de las notas sobre las notas de cata. Y a veces, también es la puerta de entrada: para quienes todavía piensan que el vino es solo para expertos o para los que ya se aburrieron de seguir todas las reglas. 

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