“Pero al final hizo lo que cualquier hijo hubiera hecho por su padre, ¿no?”, me dijo el mozo.
“Pero al final hizo lo que cualquier hijo hubiera hecho por su padre, ¿no?”, me dijo el mozo.

“¿Qué pasó con Kenji?”, me lanzó de súbito el mozo del chifa. Y lo hizo justo cuando estaba comprobando lo que hacía rato había sospechado: el wantán que me miraba desde el plato, tan orgulloso y altivo, no tenía relleno. No sin cierta molestia, dejé la cuchara a un lado y respiré profundo. Luego, antes de responder, miré de reojo a mi alrededor. Era el único comensal en aquel infame lugar, al que había llegado por razones del azar y al que, lo digo alzando la mano derecha, no volveré a ir mientras viva, ni tampoco después.

Yo estaba convencido de que el mozo, así como me preguntó por lo ocurrido con Kenji, me pudo haber preguntado sobre la última contratación de Alianza Lima o comentado sobre quién debe ganar esta temporada El gran Chef. Seguro solo trataba de establecer una conversación de momento, un intercambio efímero de palabras, algo para aliviar el silencio. Pese a ello, sentí que debía responderle, darle algún tipo de devolución.

“¿Qué pasó con Kenji?”, entonces le repetí y me repetí retóricamente, mientras asentía con la cabeza. Luego, como si respondiera al aire, sin mirarlo, le dije: “Esa pregunta tiene muchas respuestas. Si te refieres a lo último, a la condena suspendida que recibió, te diría que ha tenido mucha suerte. Si no fuera porque se cambió una norma hace unos meses, estaría preso”.

Cuando volteé para ver su reacción, para ver cómo valoraba mi sesudo comentario, noté que el mozo ya no estaba. Al parecer, había dejado de interesarse por el engreído de Alberto Fujimori y había preferido ir corriendo a recibir a un par de clientes, a quienes, en contados minutos, les llevará su respectivo wantán sin relleno y a quienes, de todas maneras, les preguntará, interesadísimo, qué opinaban del cambio climático.

De golpe, quedé solo con el eco de mis palabras y frente a mi poco apetecible plato de sopa. Sin embargo, todo no había sido en vano. La pregunta aleatoria del mozo había gatillado en mí el recuerdo, había generado en mí, a su vez, nuevos cuestionamientos. ¿Qué pasó en 2017? ¿Qué hizo Kenji? ¿Quién lo denunció? ¿Por qué diablos ya no me queda la ropa de entonces?

Para esto hay que retroceder hasta 2017. Más exactamente al último mes de ese año, incluso la última semana. Recuerdo que el 22 de diciembre —en realidad, el que recordó la fecha exacta fue Google—, el Congreso de la República intentó vacar al presidente Pedro Pablo Kuczynski, acusándolo de supuestos vínculos con Odebrecht. El presidente había admitido que su empresa trabajó para esta empresa brasileña, pero se defendió diciendo que entre él y su empresa había puesto una “muralla china”. Valgan verdades, después de todo lo que se supo, más que “muralla china” parecía haberse tratado de un triplay, y de los más delgados.

Recuerdo también que el 24 de diciembre de ese año —eso sí no ha tenido que recordármelo Google— había terminado con mis últimos pendientes navideños: envolver los regalos y recoger el pavo horneado. Todo apuntaba a una noche tranquila, llena de paz y sosiego. Sin embargo, a pocas horas de la medianoche, PPK apareció en televisión nacional para anunciar que, por razones humanitarias, había indultado a Alberto Fujimori, líder histórico del fujimorismo y condenado a 25 años de prisión (tres meses después, este beneficio fue revocado por el Poder Judicial).

Fue una verdadera noticia bomba. Las redes sociales se encendieron y se dividieron entre quienes celebraban la noticia y quienes la denostaban. Estos últimos recordaban que en la campaña electoral PPK había prometido precisamente lo contrario de lo que acababa de hacer. Incluso, en un hecho incomprensible, la propia bancada fujimorista, controlada por Keiko Fujimori, criticó la forma en que se había dado el indulto. Pero, entonces, ¿dónde entra a tallar Kenji? ¿Qué rol tiene en todo este enredo?

Resulta que el día que el Congreso había votado la vacancia presidencial, el congresista Kenji Fujimori y otros legisladores cercanos a él —luego conocidos como Los Avengers y luego desconocidos del todo—, se abstuvieron de dar su voto. Ello fue clave para que PPK lograra retener entonces la Presidencia. En seguida, tomó cuerpo la hipótesis de que hubo una negociación entre PPK y Kenji, o entre Kenji y PPK, total, como es bien sabido, el orden de los políticos no altera el delito.

Meses después, ya en 2018, otra vez el Congreso se aprestaba a votar la vacancia presidencial. En este contexto, Fuerza Popular publicó videos donde evidenciaba que Kenji Fujimori estaba ofreciendo obras a congresistas a cambio de su apoyo a PPK. Esto fue lo que pasó con Kenji y por ello lo acaban de condenar a cuatro años y seis meses de prisión suspendida por el delito de tráfico de influencias.

“Pero al final hizo lo que cualquier hijo hubiera hecho por su padre, ¿no?”, me dijo el mozo, reapareciendo de súbito e interpelándome, ya haya sido adivinándome el pensamiento o haciendo una glosa de su pregunta inicial. Lo único real era que el mozo, junto con su voz y presencia, acababa de traerme el plato que completaba mi pedido: un desabrido combinado de chaufa y tallarines con pollo.

Ahora, con relación a lo que me había dicho el mozo, yo alcé los hombros en señal de que tenía y no tenía razón. Sin embargo, quise ser más específico y le dije, ahora sí mirándolo a los ojos: “Dicen que los hijos no pueden juzgar a sus padres”, le dije al mozo, “claro que no todos tienen un padre condenado por delitos contra los derechos humanos”.

Luego quedé en silencio, en espera de que reaccione a la calidad de mi comentario. Entonces, el mozo reaccionó, pero de modo imprevisto. Giró sobre sus talones, y haciendo una especie de movimiento marcial, terminó dándome la espalda. En seguida, enrumbó a la puerta del local donde una familia entera —futuras víctimas gastronómicas— acababa de bajar de un taxi.

Por mi parte, terminé a duras penas mi combinado, pedí una gaseosa y luego la cuenta. Mientras el mozo la traía, empecé a cavilar. ¿Habrá sido coincidencia que justo se diera ese decreto que lo salvó a Kenji de la cárcel? ¿Quiénes más van a ser beneficiados con esa norma? Y, sobre todo, ¿cómo pudieron haberme servido un wantán sin relleno en la sopa?


El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!