Kate Middleton, princesa de Gales.
Kate Middleton, princesa de Gales.

Una mujer sentadita, frágil, ojerosa y sola, terriblemente sola, confesó estar enferma de .

La noticia conmocionó al mundo entero. Al fin y al cabo, el vulgo, en el cual me incluyo, suele pensar que hay ciertos personajes que están por encima de las miserias de cualquier ser humano.

Pero esa mujer, que confesó estar enferma, rogó en un exquisito inglés que la dejáramos tranquila. A ella y a su familia.

La enfermedad en soledad, parece que se sobrelleva mejor. Por eso pidió respeto a su vida y a su intimidad.

Lo que tácitamente reclamó en inglés es el derecho “to be alone” en la definición y descripción de los jueces norteamericanos Warren y Brandeis. En castellano castizo sería “déjenme en paz”.

Es la manifestación más clara del derecho a la intimidad. Que es el derecho a que se nos respete en esa esfera de lo particular que cada uno tenemos. A no ser objeto de intromisiones ni en tus decisiones, ni en tu vida, ni en tu imagen. A no tener que dar explicaciones a nadie, en definitiva.

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Ese derecho se hace cada día más exigible frente al acoso de las redes sociales. Y frente a la invasión de los medios tecnológicos. ¿Tenemos armas suficientes para defenderlo?

Para Kate Middleton, princesa de Gales, es el derecho a vivir con su enfermedad como a ella le dé la gana de vivirla. “Let me alone” es el grito callado que su comunicado apenas pudo disimular.

No es tan difícil dejar en paz a un ser humano. O no debería serlo, si no fuera porque hoy nos creemos con derecho a opinar, invadir, cercenar o negar el derecho a la intimidad de cada cual.

Esta falta de respeto fue la causa inmediata del trágico fin de Diana de Gales. Sería lamentable que la historia se repitiera.


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