Casi podríamos adelantar el índice de la edición dominical de los diarios: en el panorama internacional, noticias de la guerra en Medio Oriente (ya la de Ucrania pasó a segundo plano). En el plano nacional, los líos de la Fiscalía han logrado quitar algo de protagonismo a las noticias económicas: pérdida de crecimiento debido a caídas en la inversión pública y privada así como en el consumo, reducción del empleo y los ingresos, pérdida del poder adquisitivo de la población ya dicho con titulares más directos como “peruanos reducen su consumo de alimentos”, incremento de la anemia (consecuencia tanto de los menores ingresos como de la falta de políticas públicas para enfrentar un problema ya conocido y con soluciones ya conocidas también). A ello se deben sumar las notas que dan cuenta de las ineficiencias del Estado para brindar servicios básicos de seguridad, salud o educación. Finalmente, tenemos siempre alguna mención a los problemas climatológicos que ya se anticipan y cuyas obras de prevención tienen insuficiente avance.

Detrás de cada una de estas noticias hay dramas familiares que no podemos dejar de ver: el niño que enferma y no es atendido oportunamente o cuya familia no puede adquirir los medicamentos necesarios. El joven que no puede continuar sus estudios porque el padre o la madre perdieron el empleo. El cambio en la alimentación porque el salario ya no alcanza para adquirir alimentos ricos en proteínas. El costo que significa mantener a flote el negocio porque se es víctima de robos o extorsiones. El miedo a salir a la calle por la falta de seguridad. El riesgo de un accidente por la pésima manera de conducir y la indiferencia de las autoridades. Ello, sumado al primitivo sistema de transporte que no ha merecido la atención de las autoridades durante décadas.

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El lema de CADE, “Creer para crecer”, fue muy acertado: se sabe que, para que haya inversión, empleo y crecimiento, se necesita que las expectativas de los agentes económicos sean positivas. Si no se anticipa, si no se cree que las cosas van a estar mejor, sencillamente no se invertirá y no se recuperarán ni el empleo ni los ingresos ni el consumo; tampoco la recaudación tributaria para proveer los servicios que el Estado está obligado a dar. Pero hay precisamente un paso previo que es necesario tener en cuenta, y es el “ver para creer”. Y es allí donde la cosa empieza a fallar: presupuestos locales y regionales ejecutados a menos del 50%; incompetencia para resolver los problemas de seguridad ciudadana; amenaza de leyes desestabilizadoras desde el Congreso; incapacidad del gobierno de sacar adelante proyectos de inversión ya comprometidos…

A diferencia de lo que ocurre con la religión, en el ámbito económico, creer no es cuestión de fe. Se necesitan pruebas. Por eso, antes de “creer para crecer” viene un “ver para creer”.


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