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Redacción PERÚ21

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Pedro Salinas,El ojo de Mordorpsalinas@peru21.com

La pregunta es de Fidel, que conste. Y es una buena pregunta, la verdad. O eso parece. El caso es que, si nos guiamos por el reciente y bizarro viaje papal, la interrogante ha quedado flotando en el aire, como un virus. Pues en México –el país católico más importante después de Brasil– ignoró olímpicamente a las víctimas de Maciel; y en Cuba bromeó y se retrató con los Castro, pero no tuvo ni un minuto para los disidentes.

Cada cual tendrá sus ideas al respecto, claro. Y yo tengo las mías. Pero reconocerán que, si el propósito del itinerario por estas tierras era reavivar la tradición católica de los latinoamericanos, procedió erráticamente. Por lo que señalé arriba. Y ello, pienso, tendrá consecuencias en la reputación de su pontificado.

Lo digo también porque, si este continente alberga a casi la mitad de los católicos del planeta, y el castellano es la lengua más utilizada por dicha religión, el encuentro llega con algunos añitos de retraso (siete, exactamente), síntoma que indica que los reflejos del papa se equiparan a los de un caracol atajando una bola de béisbol.

Ahora, es cierto que estamos ante un papa vetusto y apagado. Con ochenta y cinco años encima, una artrosis en la pierna derecha y estrenando bastón. El perfil se torna más patético aun cuando se le compara con su predecesor que, quiérase o no, tenía carisma. En cambio, Benedicto, en lugar de derrochar simpatías, encarna un catolicismo inflexible que no contagia a nadie. Encima, el pobre tiene un parecido asombroso con Palpatine, o Darth Sidious, el señor oscuro de los Sith, que es como llover sobre mojado.

Por si fuera poco, su gobierno ha estado marcado por escándalos de todo tipo que, ya saben, se mantienen ahí, agazapados en el camino.

Pues así están las cosas, les cuento. Y fíjense, en vez de poner las cosas en su sitio, Benedicto opta por mantener las cosas como están. Predicando su disciplina unívoca, irrefutable y anacrónica. Consolidando el esquema autoritario y vertical de toda la vida.

Lo que pasa es que no se da cuenta que, desde los sesentas, con Concilio y todo, el catolicismo se está convirtiendo en una religión obsoleta. El concepto de tradición sigue siendo una de sus piedras angulares. Más todavía. Se jacta de no mutar, haciendo gala de sus exóticas creencias.

Lo más crítico. No tiene respuestas actuales para inquietudes actuales. El catolicismo está cada día más alejado de las preocupaciones cotidianas de sus seguidores. Los templos empiezan a cerrar. Sus fieles se confiesan creyentes pero no practican lo que dicta su credo. En Europa, verbigracia, ha crecido desmesuradamente el número de musulmanes. Y, en Latinoamérica, el protestantismo viene aumentando de forma apabullante. Finalmente, el tema sexual sigue siendo tabú. O cuando se aborda, incentiva la represión.

En esas anda la iglesia católica. Y nadie lo dice, oigan. El problema de fondo es que no se puede ser católico y, a la par, estar en desacuerdo con el papa, porque el papa es la iglesia y porque, aun cuando su "infalibilidad" ha sido ejecutada una sola vez, en 1870, para proclamar que María voló hacia el cielo en plan Supergirl, en la práctica lo consideran axiomático hasta cuando habla dormido. Es así. Su prédica antimoderna y su absurda ética sexual sepultarán más pronto que tarde a esta religión que se cree inmortal.