"Queremos un país de 'todas las sangres', donde la conquista de los sueños y anhelos personales sean posibles a partir de la determinación y empeño, y donde nuestro futuro no esté predeterminado por nuestro lugar geográfico de nacimiento o la condición socioeconómica de nuestras familias".  (Foto: Shutterstock).
"Queremos un país de 'todas las sangres', donde la conquista de los sueños y anhelos personales sean posibles a partir de la determinación y empeño, y donde nuestro futuro no esté predeterminado por nuestro lugar geográfico de nacimiento o la condición socioeconómica de nuestras familias". (Foto: Shutterstock).

Tanto Antonio Raimondi, científico estudioso del Perú de la segunda mitad del siglo XIX, a quien se le atribuye la frase “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”, así como nuestro principal historiador, Jorge Basadre, en su obra “Perú: Problema y posibilidad” (1931), y el expresidente Fernando Belaunde Terry, en “La conquista del Perú por los peruanos” (1959), expresaron su profunda preocupación por la contradicción que representaba un país que, lleno de posibilidades, dotado de enormes recursos, con una cultura milenaria y valores ciudadanos basados en la hermandad y laboriosidad, permanecía postrado en el atraso económico y la exclusión física y social.

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Tantos años después de lograr su independencia, la promesa del Perú, moderno, próspero, integrado y justo, permanecía como un anhelo distante, un espejismo en el horizonte. Doscientos años han pasado desde el balconazo de Huaura y, aunque se han logrado avances, las preocupaciones centrales siguen siendo las mismas: integrar física, económica, cultural, racial y socialmente al Perú.

Hoy tenemos el reto de hacer de nuestra diversidad, basado en nuestro legado milenario andino, nuestra mayor fortaleza, nuestro signo distintivo y nuestro puente al progreso. Queremos un país de “todas las sangres”, donde la conquista de los sueños y anhelos personales sean posibles a partir de la determinación y empeño, y donde nuestro futuro no esté predeterminado por nuestro lugar geográfico de nacimiento o la condición socioeconómica de nuestras familias.

Actualmente, el avance de la ciencia económica, la integración comercial, así como la sólida posición fiscal y macroeconómica del Perú hacen que ese lejano anhelo sea más realizable que nunca. Entonces, debemos partir por poner el crecimiento económico en favor de las personas y no al revés.

Para lograrlo, es indispensable promover la inversión privada, propulsar la vena emprendedora de los peruanos, convertir al Estado en parte de la solución y no del problema, a fin de que quienes apuestan por hacer empresa y crecer en el Perú progresen, contraten más peruanos y paguen más tributos. Ello implica también que el Estado movilice sus recursos en aumentar la productividad física, pero, sobre todo, la productividad de los peruanos. No habrá prosperidad ni libertad plena sin ciudadanos productivos, integrados al mundo competitivo y globalizado. Solo un pueblo con posibilidades económicas es un pueblo libre.

Considero que conquistar el bienestar y libertad popular solo será viable si extendemos la economía de mercado para todo el Perú, mejorando la salud y educación, la infraestructura y disminuyendo las barreras que excluyen a millones de peruanos de las bondades del mercado. Conquistemos nuestro futuro; hagamos realidad la incumplida promesa del Perú.

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