A la espera de lo que diga el Tribunal Constitucional, que parece ser la última carta que, respecto a la disolución del Congreso de la República, se juega el núcleo duro de Fuerza Popular y su menguante coro de exégetas, entre la propia tropa fujimorista han comenzado a escucharse voces que apuntan a su futuro inmediato, es decir, a los comicios parlamentarios que se vienen a la vuelta de este año.

Es natural que los más afectados por la pérdida de su escaño y, sobre todo, de la consabida inmunidad parlamentaria sean vistos todavía por ahí azuzando a sus familias y empleados, conminándolos a que asistan a la marcha en contra del gobierno que preside Martín Vizcarra, por ejemplo, o soltando, a cualquiera que les acerque un micrófono a la zona bucal imprecaciones o amenazas presuntamente judiciales a ministros, militares y medios periodísticos que consideran parte de la siniestra conspiración que los ha separado –quién sabe si para siempre– de la curul que, de manera tan generosa e impávida, les permitió navegar las procelosas aguas de la política y los negocios personales con absoluta impunidad.

Así pues, lo que comenzó como desarbolada grita contra los réprobos del Poder Ejecutivo ya va tomando una forma de respuesta más afinada, digamos que de mayor responsabilidad, pues para el nuevo Congreso se necesitarán argumentos y votos que defiendan, sin ir muy lejos, de aquello que Úrsula Letona ha descrito como grupos que se empeñarán en cambiar el régimen económico aprobado por la Constitución. Un razonamiento nada desdeñable, si tenemos en cuenta la más que cantada concurrencia de organizaciones “antisistema” a las elecciones que se vienen: el espectáculo que la democracia ha dado en los últimos años les ha puesto en bandeja un sinnúmero de falacias muy efectivas para manipular el voto de los sectores más vulnerables.

Es hora entonces de mirar adelante y enfocarse en los riesgos que puede acarrear el nuevo Parlamento, en un contexto en el que la “lucha contra la corrupción” –el coqueteo de la siempre esotérica Yeni Vilcatoma con Antauro Humala es solo el comienzo– será la bandera que todos o casi todos querrán arrogarse, y en el que la clase política ha quedado por las patas de los caballos.