FOTO SEBASTIAN CASTANEDA EL COMERCIO
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Mientras nos sacudimos del dolor y las pérdidas de este 2020, pienso en lo que deseo para mi país en el año de su . Y aunque mis aspiraciones puedan sonar ingenuas, lo último que debemos perder es la esperanza de un país mejor. Acá vamos.

Primero: que el Congreso vuelva a ser de los ciudadanos. Que deje de ser un espacio para la defensa de los intereses económicos de un puñado, o la protección judicial de algunos investigados. Estas agendas, además de “lumpenizar” la política, erosionan el apoyo a la democracia y alimentan los impulsos autoritarios aún vigentes. Un Congreso como el actual es el peor enemigo de la democracia.

Segundo: que la ciudadanía siga despierta. Si una luz de esperanza deja el 2020, es que los peruanos, sobre todo los jóvenes, hemos entendido que nuestra voz cuenta. Hemos comprobado que nuestra democracia es menos imperfecta cuando nos movilizamos para demandar causas justas. Hago votos para que a futuro esta energía no solo sea reactiva, sino también activa al momento de exigir más de los políticos y, sobre todo, al momento de escogerlos en las urnas.

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Y tercero: que las élites se comprometan de una vez con el proyecto republicano. Ya Basadre había señalado este como uno de nuestros grandes retos, y el diagnóstico sigue vigente. Nuestras élites económicas e intelectuales deben partir por la realización de que, si queremos un país viable, su visión de nuestros problemas y posibilidades no puede ser tan ajena a la del resto. Y que su bonanza solo será sostenible si es acompañada por la de los demás. La empatía es fundamental.

Unas felices fiestas, y que este 2021 esté a la altura de nuestra esperanza.

*El autor es candidato al Congreso por Victoria Nacional.

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