violencia (Peru21)
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Por ejemplo, a la agresión. Pero, ¿de qué estamos hablando? Porque no es lo mismo cuando alguien invade territorio ajeno que defender el propio. Hay la que se da entre, por ejemplo, los humanos y algunos de los seres que nos enferman o destruyen nuestros cultivos. O la que se expresa en guerras civiles, raciales, religiosas, entre pandillas, hinchas y comunidades indígenas.

La hay entre géneros, generaciones —desde la maternal como en una psicosis puerperal hasta el abuso sostenido, pasando por el castigo frecuente— y, por cierto, la impulsiva, dominada por emociones intensas y la pensada fríamente para lograr ciertos objetivos. Sin olvidar que uno puede atacar o defender centrándose en la causa, pero también descargarse en quienes poco tienen que ver en el asunto, como ocurre cuando hijos, pareja o compañeros pagan por el par de horas en el tráfico limeño.

No es lo mismo la agresión efectiva, consumada, que una amenaza, muchas veces un ritual equivalente a golpearse el pecho, aparatoso, pero inocuo. Y ya que en eso estamos, la sutil, encubierta, o puramente verbal, que si son sistemáticas, pueden ser, nos dicen, tanto o más dañinas que el golpe.

Estamos hablando de una dimensión indisociable de la experiencia humana. No podemos quedarnos solamente en la indignación que nos causa ser testigos presenciales, virtuales y mediáticos de algunas de sus manifestaciones. Entender, distinguir, contextualizar, procesar, discutir y debatir forman parte de una actividad imprescindible en toda sociedad abierta y democrática… tolerante.

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