En algún lugar remoto de la sierra de La Libertad, César Acuña, el líder de Alianza para el Progreso, está sentado en una pequeña y humilde sala. Sus ojos se mueven de un lado a otro, reflejo del hervidero de ideas y pensamientos que aparecen y desaparecen en su mente. Frente a él, de pie, su hijo, el excongresista Richard Acuña se encuentra en similar trance. Hace solo un par de minutos, Richard le dio a su padre una noticia que lo paralizó: “Castillo cerró el Congreso”. Desde Lima le habían informado que, de manera abrupta, el presidente había pasado al ataque y había cerrado el Parlamento.

-¿Qué vamos a hacer? -dice Richard, destruyendo el silencio que los había envuelto.

Acuña mueve la cabeza de un lado a otro.

-No debemos precipitarnos. Tenemos que actuar con tranquilidad.

-Pero, papá, ¿qué dices? Al contrario, tenemos que pronunciarnos lo antes posible.

-El problema es que no sabemos cuál es la situación.

Y es verdad. Padre e hijo se encontraban varados en un pueblo, hasta donde habían llegado a obsequiar algunas donaciones. La avería en la camioneta que los llevaba no era parte de lo planeado.

-No, no tengo los detalles -dice Richard-. Ya te dije que la comunicación era mala y encima se cortó. Pero sabemos que Castillo cerró el Congreso. ¿Eso no basta?

-No, Richard, no basta. No podemos lanzarnos a ciegas. La experiencia me ha enseñado a ser cauto. ¿Cómo crees que he llegado hasta aquí?

-¿Hasta este pueblo?

Acuña alza el rostro para ver con más claridad a su hijo. Da un suspiro.

-Quiero saber si sabes cómo he llegado a ser lo que soy, a tener todo lo que tengo.

-Claro, papá. Ya leí el libro Plata como cancha.

De súbito, el líder de Alianza para el Progreso se pone de pie. Acuña está a punto de responderle, pero un par de golpes a la puerta lo contiene.

-Don César -dice desde afuera un miembro de su seguridad- ¿puedo pasar?

-Pasa nomás -dice Acuña.

El hombre ingresa, se detiene y sus ojos miran al padre, luego al hijo, luego al padre otra vez.

-¿Qué pasa? ¿Ya arreglaron la camioneta?

-No, todavía, pero ya falta poco.

-¿Alguna señal?

-Ninguna. Ni siquiera de la radio- dice el hombre y cierra la puerta tras de sí.

-A ver, hijo. Analicemos la situación -dice Acuña-. Tenemos que Castillo cerró el Congreso. ¿Cuál sería la consecuencia más inmediata para nosotros?

-Bueno, nuestra bancada se queda sin sueldo este fin de mes.

Acuña se pasa la mano por la frente.

-Ya, ¿pero según la Constitución?

-Según la Constitución, también nuestra bancada se queda sin sueldo este fin de mes.

-Vamos, Richard. Concéntrate. Estoy hablando en términos políticos.

-Bueno, el presidente solo puede cerrar el Congreso si este les niega la confianza a dos gabinetes y eso no ha pasado. Entonces Castillo lo ha cerrado a la mala, a lo Fujimori. Castillo se ha vuelto un presidente de facto.

-¿De dónde?

-De facto, es decir, por la fuerza. Claro que si la gente lo apoya, seguro se queda en Palacio. Eso nos conviene. Acuérdate que nos debe un favor por lo de la tesis.

-En ese caso nos pronunciamos a favor de Castillo. Al diablo la democracia.

-¿Y si las Fuerzas Armadas lo sacan del gobierno y lo meten preso? -pregunta Richard-. Entonces, ¿qué hacemos?

-Entonces nos pronunciamos en contra de Castillo. La democracia está antes que todo. La pregunta es cómo vamos a saber qué está pasando.

-Podemos hacer los dos comunicados -dice Richard-. Y apenas sepamos lo que está pasando, enviamos el que nos conviene.

El hombre de “la plata como cancha” sonríe. Asiente con la cabeza, se pone de pie y se acerca hasta coger los hombros de su hijo.

-Carajo, Richard. Eres un capo.

Minutos después, utilizando la pequeña tablet que lleva a todos lados, Richard ya tiene listas ambas versiones. Casi al mismo tiempo, otro hombre de seguridad les avisa que, por fin, la camioneta está lista para volver a la ciudad.

Apenas dejan el pueblo, Acuña le pide a Richard que le permita leer los comunicados. Mientras lo hace, una voz metálica retumba de golpe en el interior del vehículo.

-Es Castillo -dice Acuña, señalando la radio de la camioneta.

La voz se entrecorta y el volumen parece subirse y bajarse a voluntad.

-La señal es pésima, pero es Castillo. No hay duda.

-Sí, escucha -dice Acuña-, dice que agradece al pueblo por su apoyo y que no va a permitir más ataques del Congreso.

-Castillo lo hizo entonces. Ya sabía que la gente lo iba a apoyar.

-Carajo, parece mentira.

-Papá, alégrate. Nos conviene tener a Castillo en el poder.

Richard sostiene la tablet para que no se caiga ante los movimientos bruscos. Casi todo el camino está sin pavimentar y la camioneta por ratos parece bailar sobre la superficie.

-Voy a mandar el comunicado en apoyo a Castillo-dice Richard, resuelto-. Va a aparecer en todas nuestras redes.

-¿Y si esperamos un poquito más?

-Papá, cada minuto que pasa cuenta. Vamos a quedar como unos convenidos.

-Bueno, mándalo.

Richard presiona “enviar”. Enseguida, da un chasquido con la lengua.

-Me había olvidado que no hay Internet.

Acuña asiente. Se coge de un lado de la puerta, para amortiguar el movimiento de la camioneta. Por unos segundos, reflexiona sobre el futuro del país, sobre las volteretas del destino. El sonido del celular de Richard los interrumpe.

-Aló, sí, lo que pasa es que nos alejamos demasiado y nos habíamos quedado sin señal -dice Richard a su asistente-. Cuéntame cómo va lo del Congreso.

-¿Qué pasa con el Congreso?

-¿Cómo que qué pasa? ¿Han salido los militares?

-No te entiendo.

Un relámpago parece atravesar a Richard.

-Escúchame, ¿no me dijiste que Castillo había cerrado el Congreso?

-No, para nada. Primero le comenté que Castillo sigue al ataque y luego le conté que cerraron el Congreso un par de días, por refacción. Acuérdese de que usted me dijo que le cuente todo lo que pase en Lima. A propósito, ¿qué tal el viaje?

Richard, desesperado, deja el celular a un lado mientras la voz del asistente se va apagando. Coge la tablet y, con los ojos muy abiertos, inmensos, comprueba que la señal de Internet también había llegado. Entonces ve, con horror, que el comunicado, en que Alianza Para el Progreso felicita a Castillo por cumplir “la voluntad del pueblo” y cerrar un “vergonzoso y deplorable” Congreso, ya se encuentra en las redes sociales.

Acuña ve el rostro adusto y descompuesto de su hijo. Adivina que algo malo está ocurriendo.

-Hijo, ¿qué pasa? Castillo no ha cerrado el Congreso, ¿no?

Richard niega con la cabeza, pero sin atreverse a ver la cara de su padre.

-¿Y el comunicado? ¿Lo mandaste? Richard, dime que no lo mandaste.

Yuri Rodríguez: @Yuri_RV