Pequeñas f(r)icciones: Del Gabinete, la OEA y los espíritus chocarreros
Pequeñas f(r)icciones: Del Gabinete, la OEA y los espíritus chocarreros

Sentado en su despacho presidencial, con las manos entrelazadas y ambos codos apoyados sobre el escritorio, Pedro Castillo mantiene una sonrisa imperturbable. No es un gesto de alegría; es, más bien, una señal de tranquilidad, como del soldado que cree haber sobrevivido lo peor de la guerra. Y para una calma mayor, en pocos días, llega a Lima un grupo de mentes privilegiadas para iluminarnos y arrancarnos del oscurantismo, para, en buena cuenta, decirnos que la única banda presidencial que existe es la que le cruza el pecho a Castillo.

El sonido del teléfono interrumpe el silencio. Es su secretaria.

-Señor presidente, lo están esperando para empezar el Consejo de Ministros.

-¿Cómo? ¿Otra vez? Todas las semanas es lo mismo.

-Sí, es que siempre ha sido así.

De súbito, el presidente se toma la cabeza.

-Verdad, me había olvidado. Hoy había citado a madame Cuchita.

-¿La vidente?

-No es vidente, es consejera espiritual.

Minutos después, Castillo ingresa raudo a la sala del Consejo de Ministros. Su meta es sacarse del paso cuanto antes esa actividad y volver al despacho por otro tipo de consejo. Apenas el presidente aparece, lanza un saludo general y los ministros, sentados en todos los lugares de la mesa, le responden el saludo, el mismo “buenos días, señor presidente”, multiplicado, repetido, superpuesto.

Castillo se sienta a la cabeza de la mesa. A su derecha, el premier Aníbal Torres.

-Bueno, empecemos -dijo Castillo.

-Antes de empezar, señor presidente -interviene el premier-, me gustaría darle la bienvenida a la nueva ministra de Salud.

Kelly Portalatino asiente con la cabeza.

-Gracias, señor premier.

-De nada, ministra. ¿Alguna pregunta que quiera hacer?

-Sí, hay un tema que me ha estado inquietando. ¿En el ministerio pagan en la quincena o cada mes?

-Cada mes -respondió Castillo.

El premier se reacomoda los lentes, como para no perder detalle.

-Yo me refería a alguna pregunta sobre su sector.

-Ah, ya -dijo Portalatino-, sobre salud.

-Exacto.

-Ah, sí, claro. ¿El seguro de salud que tengo como congresista es el mismo que tendré como ministra?

-Eso sí no sé -responde Castillo.

-Por cierto, Cerrón le manda saludos, señor presidente.

Castillo carraspea y ensaya una sonrisa de circunstancia.

-Bueno, mejor comencemos con la sesión de hoy -dice Torres.

En el fondo, una mano alzada.

-El canciller quiere decir algo -dice Torres.

-Canciller, hable -secunda Castillo.

-Sí, señor presidente. Yo quería preguntarle si ya se sabe cuál será la comisión.

-Bueno, creo que con un 10% es suficiente.

-¿10%? ¿A qué se refiere?

-¿A qué se refiere usted? ¿De qué comisión habla? -dice Castillo.

-Él se refiere a la comisión de la OEA, ¿no? -interviene el premier.

-Claro, a esa comisión me refiero.

-Bueno, canciller -dice Castillo-. Tiene que ser más específico. Y no, todavía no sé quiénes la conforman.

-Lo único confirmado es que llegan esta semana.

-Tenemos que darles toda la comodidad posible a los comisionados.

-Eso mismo -dice el premier.

-¿Ah sí? El problema es el presupuesto. Yo pensé que podíamos ahorrarnos un poco hospedándolos en lugares sencillos, en sitios vivenciales.

-¿En dónde, por ejemplo?

-En la casa de Sarratea.

Castillo y Torres se miran de golpe. Los rostros descompuestos, los ceños fruncidos.

-No, pues -dice el premier.

-Al contrario -interviene Castillo-. A esta gente hay que ponerla en los mejores hoteles de Lima y llevarlos a los mejores restaurantes.

-Eso depende de la partida que me den.

-No -corrige Castillo-, de eso depende mi partida, pero mi partida del gobierno.

A ver. Apunte, ministro de Economía. Dele al canciller lo que necesite para los gastos de la comisión.

El ministro de Economía afirma, moviendo la cabeza arriba hacia abajo.

-Ya que estamos hablando con usted, dígame, ¿cómo va la pobreza en el país? ¿Algo bueno que pueda decir? Recuerde que prometí no más pobres en un país rico.

El ministro sopesa la respuesta.

-La buena noticia es que hay más ricos en el Perú.

-¿Y cuál es la mala?

-Que todos ellos están investigados por la Fiscalía.

El premier Torres parece no haber oído la respuesta. En cambio, revisa el documento que le acaba de alcanzar su asistente. Luego deja el documento sobre el escritorio y lanza la mirada a la mesa.

-Señor ministro del Interior.

-A ver, señor ministro -casi repite Castillo.

-Sí, dígame.

-Este es el último informe de seguridad ciudadana -sostiene señalando el documento-. Me dicen que ha traído un PPT para compartir los principales hallazgos. ¿Nos lo puede mostrar?

-No, no puedo.

-¿Por qué?

-Me robaron la laptop.

El presidente da un golpe en la mesa.

-Ah, no -dice Castillo-. Esto no puede ser. Ahora mismo voy a llamar a seguridad para que los revisen a todos.

-No, señor presidente -dice el ministro del Interior-. No me la robaron aquí.

-Ah, bueno.

-Señor ministro -interviene el premier-, lo que queremos saber es qué medidas ha tomado ante este clima de delincuencia.

-Por lo pronto, en mi cuadra hemos contratado a un guachimán.

-Pero, ministro -dice el premier-. Eso no es suficiente.

-Lo sé, por eso vamos a contratar a uno más.

Minutos después, liberado del Consejo de Ministros, el presidente Castillo se encuentra en su despacho. Mira impaciente el teléfono sobre su escritorio hasta que este empieza a sonar. “Sí, señorita, que pase”, dijo Castillo. Cuando la puerta se abrió apareció ante él, la inmensa figura de madame Cuchita, envuelta en un vestido largo, cómodo y colorido. Ambos quedan sentados frente a frente.

Pocas cosas tan humanas como la curiosidad por el porvenir, la necesidad de asomarse a lo venidero. En tal sentido, hombres brillantes en la historia han sucumbido: hombres como Castillo, también.

-Señor presidente, es un honor para mí que me haya convocado.

Castillo sonríe.

-Dígame, ¿qué quiere saber?

-¿Voy a terminar mi mandato? -pregunta en forma directa, confiado.

Madame Cuchita se pasa ambas manos por el rostro.

-Eso se lo respondo, pero deme unos minutos para darle una respuesta final.

-¿Va a llamar a sus espíritus?

-No, al Congreso.