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Redacción PERÚ21

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El movimiento de mi mano mima las formas que quedan en el papel y representan combinaciones de sonidos que tienen significados. Un movimiento que me identifica, que tiene un estilo, como mi forma de caminar o el tono de mi voz. Más adelante quizá recuerde que lo escrito se encontraba en la parte superior de la hoja en un cuaderno que estaba en sus últimas páginas. Y, cuando lo leo, estoy escribiendo en mi mente. Y, si estoy tomando notas en una conferencia, la lentitud obliga a entender para resumir. ¿Qué y cuánto de todo eso se pierde en esta época de registro digital y virtual? Mucho. La parte artesanal de nuestra relación con datos y conocimientos. El niño que aprende a escribir dibujando las letras ejercita conexiones cerebrales —sonido, reconocimiento de formas, motricidad, conceptualización— vitales para los aprendizajes. La escritura analógica y la lectura en papel permiten fijar mejor en la memoria, comprender mejor tramas y recuperar mejor información compleja. Por cierto, escribir y leer en dispositivos digitales, que, además, permiten chatear, navegar o ver un video, añaden presión a nuestra mente, tentada de hacer varias cosas a la vez.

Toda tecnología —escritura y lectura lo son, no están precableadas en nuestro cerebro, como caminar y hablar—plantea amenazas, perturba costumbres y destruye ventajas. Eso se ve más en momentos de transición como los actuales: lápiz y papel aún están presentes y las pantallas que han llegado para quedarse están en fases aurorales.

Pero, cuando especialistas y autoridades toman decisiones acerca de qué, cómo y con qué enseñar, no está demás tener lo anterior presente.