Los agricultores del sindicato CR47 se reúnen cuando la policía bloquea su convoy de tractores con destino a París, Francia, en Chateauneuf-sur-Loire, cerca de Orleans, el 31 de enero de 2024. (Foto de Alain JOCARD / AFP).
Los agricultores del sindicato CR47 se reúnen cuando la policía bloquea su convoy de tractores con destino a París, Francia, en Chateauneuf-sur-Loire, cerca de Orleans, el 31 de enero de 2024. (Foto de Alain JOCARD / AFP).

El corazón de Europa está viviendo escenas que dejan en muy mal lugar la supuesta educación y “savoir faire” europeos. Especialmente la de los franceses. Hordas galas atacan camiones españoles al grito de “a las barricadas” en un intento de mostrar su protesta.

La tractorada francesa, que ha obligado al jovencísimo primer ministro a pronunciarse y a manifestar su solidaridad, se ha contagiado rápidamente. En pleno barrio europeo bruselense, en el día que se celebra una cumbre europea al más alto nivel, han llegado agricultores europeos en son de guerra contra las políticas comunitarias.

Estúpidamente, los franceses apuntan en primer lugar a los productos españoles. Como si no fueran europeos. Lo que pasa es que España tiene mejor clima. Una exministra gala ha proclamado, para satisfacer a sus compatriotas, que las mandarinas españolas son malas y que los productos ecológicos de España, una farsa. Una “boutade” sin recorrido.

¿A qué se debe esta rebelión? En Europa estamos acostumbrados a comer paltas peruanas, naranjas marroquíes, o plátanos hondureños. Los agricultores entienden que hay competencia desleal porque los africanos o americanos están al margen de las exigencias europeas.

Hay algo de falso victimismo. Es verdad que el consumidor europeo prefiere comer paltas peruanas. Si lo hacen no es porque sean más baratas, sino porque son mejores. Es la ley del mercado. Las naranjas valencianas están muy por encima de cualquier otra. Son más caras. Pero preferimos pagar más. Hay mercado para todos.

Lo que quizás deberían demandar los europeos es una cumbre mundial agrícola y para llegar a acuerdos urbi et orbe, porque, insisto, hay mercados, y gustos, y bolsillos para todo.