Escena de la película "El Conde" (Foto: Netflix)
Escena de la película "El Conde" (Foto: Netflix)

La semana pasada vi la película “El Conde” (Netflix) del director Pablo Larraín. No es la primera vez que veo un trabajo del director chileno, quien se ha convertido en uno de los más importantes exponentes del cine latinoamericano. Larraín es un director que no tiene temor de adentrarse en temas políticos ni tampoco mostrar su postura personal (que de derechas no es). En la película “No”, estrenada en el 2012, por ejemplo, el tema tratado es el plebiscito nacional de Chile de 1988, por el cual la sociedad de dicho país rechazó la continuidad de la dictadura de Pinochet, después de que este ostentara el poder durante 17 años.

En la película “Spencer” (2021) sobre la princesa Diana, mi favorita del director, se hace una crítica a la familia real británica. “Jackie”, estrenada en el 2016, representa los días siguientes de Jackie Kennedy del asesinato de su marido. El tema político está presente en el cine de Larraín, es parte de su ADN. Existe un afán por representar la decadencia de mujeres rodeadas por el poder. En “El conde”, el personaje principal es Agusto Pinochet convertido en un vampiro que consume corazones humanos para mantenerse joven y que guarda la cabeza guillotinada de María Antonieta, la reina de Francia; sin embargo, es la esposa del vampiro la que juega un papel protagónico a lo largo de la trama, es ella la que toma las decisiones más importantes. A pesar de que el argumento es totalmente fantasioso, el uso de la imagen del antropófago está utilizada de manera literaria. No se trata de una película de terror, sino de una comedia construida desde el humor negro. La película está llena de símbolos y referencias culturales. La esposa del dictador es amante del mayordomo, el mayordomo deja ser mordido por su jefe en la pierna en modo de agradecimiento, los hijos son unos buenos para nada, la monja exorcista hace preguntas impertinentes. La película es morbosa, retorcida y visualmente bella.

El póster de la película "El Conde" (Foto: Netflix)
El póster de la película "El Conde" (Foto: Netflix)

La referencia a Drácula, el personaje literario, es más que clara: la vida alejada y anacoreta en una casa desértica con laberintos internos y subterráneos, el mayordomo, el coro de monjas que cantan y rezan. Larraín ha querido que su vampiro se posicione al costado de los de Cortázar, como un personaje cine-literario memorable. Por momentos, la película es tan descabellada, que me hizo acordar a lo mejor del cine de Alejandro Jodorowsky. El surrealismo aparece con pincelada fina y se complementa con una belleza visual extraordinaria y radical. Es posible que la escena en la cual Carmen, la monja exorcista, empieza a volar por el cielo desértico sea una de las escenas más bellas del cine latinoamericano. Sin pretender exagerar, Larraín ha conseguido radicalizar su trabajo visual al punto que ha creado un producto único y extraordinario.

Resulta interesante cómo en director ha logrado crear una sátira novedosa a partir de un lugar seguro: burlarse o criticar a Pinochet no es para nada un tema controversial ni tampoco un tema arriesgado. Sin embargo, Larraín ha ido más allá de eso y ha sido capaz de crear una comedia negra aguda que, al mismo tiempo, no se silencia a criticar al dictador. Se habla de los millones de dólares desviados, de la compra y venta de empresas públicas por su propia familia, de los desaparecidos y asesinados durante la dictadura. El director es diestro para incluir líneas humorísticas cuando se tocan los temas duros, no tiene problema de mostrar a Margaret Thatcher como la madre antropofática de Pinochet. Como dije líneas atrás, la crítica política está en el ADN de Larraín. Más allá de su postura político, es Pablo un director inteligente y por eso su cine atrapa. Ojalá que algún día los peruanos podamos hacer algo similar con alguno de nuestros tantos dictadores o aspirantes de dictadores.