Pedro Castillo en la Fiscalía. (Foto: @photo.gec)
Pedro Castillo en la Fiscalía. (Foto: @photo.gec)

La “confianza” es, sin dudas, uno de los principales determinantes del desarrollo económico. Causa y efecto a la vez, este atributo, entendido como la creencia personal de que otros no actuarán de forma oportunista en nuestra contra, constituye el cemento que amalgama la sociedad y posibilita la acción colectiva en favor de objetivos compartidos.

Sin confianza, las transacciones económicas se frenan y el crecimiento se ralentiza, la política se vuelve inestable, hay menos inversión, la calidad de las políticas públicas se devalúa y el bienestar individual declina. No en vano existe una alta correlación entre distintos indicadores del desarrollo y confianza.

Un reciente informe del BID hace sonar la alarma sobre la confianza en la región y su deterioro. Así, apenas el 11% de los latinoamericanos considera que se puede confiar en los demás (la mitad de los niveles registrados hace 30 años). Según el Latinobarómetro, los niveles de desconfianza interpersonal registrados en el Perú están entre los más altos de la región.

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En el caso de las instituciones, la situación es aún más alarmante, pero no sorprendente: somos el país que menor confianza tiene en su institucionalidad política. Destaca, sobre todo, el escaso y nulo aprecio hacia los partidos, el Congreso, el Ejecutivo y el Poder Judicial.

No llama la atención, por ello, que sobresalgamos también por la baja valoración de la democracia (penúltimo lugar regional) y la mayor propensión a respaldar la suspensión del orden constitucional (apoyo a golpes del Ejecutivo y disolución del Congreso) en situaciones extremas.

Nuestra exacerbada crisis política no ha hecho sino profundizar este deterioro. La confianza de consumidores e inversionistas ha alcanzado profundidades no vistas en las últimas décadas, con la inversión en retroceso y el crecimiento remitiendo.

Reflejo del profundo malestar instalado en el país, el 70% de la ciudadanía considera que estamos retrocediendo y más de la mitad reporta estar en crisis. Revertir el espiral de deterioro requerirá un esfuerzo deliberado para apuntalar nuestra alicaída institucionalidad y recuperar la confianza perdida.

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