[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Bolivia: el comienzo del fin”.
[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Bolivia: el comienzo del fin”.

Comenzó lo inevitable, lo evidente, lo previsible: la implosión económica de Bolivia. Las largas colas de ciudadanos tratando de comprar dólares a fin de salvaguardar sus ahorros y los desesperados intentos del Ejecutivo por apaciguar los mercados y frenar la hemorragia cambiaria, reflejan la profunda crisis que se cierne sobre la economía altiplánica como resultado del manejo económico heterodoxo de los últimos tres lustros.

Y pensar que, hasta hace apenas algunos meses, los principales voceros castillistas, entre ellos varios ministros y congresistas de Perú Libre, alababan las bondades del “modelo boliviano” de Evo Morales, proponiéndonos emular sus lineamientos y nacionalizar los recursos naturales, algo que a la postre hubiera resultado desastroso.

Es cierto que la estatización del gas se tradujo en una bonanza temporal de ingresos para el fisco boliviano. No obstante, como era de esperarse, la misma estuvo aparejada de un desplome de la inversión privada en exploración y la consecuente pérdida de reservas y contracción de la producción. Como resultado, hoy el país es un importador neto de combustibles, con compras que representan casi el 40% de las importaciones totales.

A este descalabro hay que sumar el déficit fiscal crónico de la última década (6-15% anual). Buena parte del gasto público ha estado orientado a sufragar subsidios de distinto tipo que le han permitido al partido de gobierno (MAS) mantener bien aceitadas sus redes clientelistas y aferrarse al poder. El forado fiscal resultante ha sido financiado de manera inorgánica por el Banco Central que, a diferencia de lo que ocurre en nuestro país, en Bolivia carece de independencia funcional y está sometido a los dictados del Ejecutivo.

Si bien frente a la fuerte contracción de las exportaciones lo aconsejable hubiera sido dejar que el tipo de cambio caiga, ello no ha ocurrido porque el gobierno ha decidido mantener la paridad que estableció hace algunos años. El ajuste en curso se está generando, entonces, vía la pérdida acelerada de reservas internacionales. Estas se han reducido de $15 mil millones a apenas $3,5 mil millones, de los cuales menos del 10% son líquidas (menos de 3 meses de importaciones).

No sorprende que la clasificación de la deuda soberana boliviana haya caído a la categoría “basura”, cotizándose a poco más de la mitad de su valor nominal ante el fundado temor de los inversionistas de que el Estado no pueda honrar sus compromisos de repago.

De otra parte, la búsqueda de dólares ha llevado al gobierno de Luis Arce (hoy enfrentado a su mentor Evo Morales) a acelerar la transferencia de los fondos de pensiones privados al gestor público, con lo cual podría echar mano de esos recursos para contener temporalmente la sangría en curso. Ello, sin embargo, solo le compraría un poco más de tiempo antes de implementar una devaluación que ya se anuncia inevitable.

Las lecciones de esta experiencia fallida son las mismas que nos dejó la hecatombe económica de los 80 en el Perú: con un Estado empresario y sin un manejo prudente de las cuentas fiscales y monetarias, es imposible crecer sostenidamente y generar prosperidad. El caso boliviano lo vuelve a demostrar.

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