Se acerca el Año Nuevo. (Foto: Iris Mariscal/Perú21)
Se acerca el Año Nuevo. (Foto: Iris Mariscal/Perú21)

Cerramos el año con un balance ampliamente negativo, dominado por la inestabilidad, polarización y conflictividad.

Por el lado del debe, destaca el lamentable deterioro que se instaló en el país debido a la ineptitud y venalidad del régimen castillista. La inversión privada se estancó como consecuencia de la improvisada gestión del Ejecutivo, con la consabida ralentización del crecimiento y precarización del empleo. Por si ello fuera poco, la inflación se disparó a niveles no vistos en las últimas décadas.

El año también estuvo marcado por el copamiento cleptocrático del Estado. El nombramiento de funcionarios incompetentes, cuando no prontuariados, se convirtió en el signo distintivo del gobierno. Ello y la metástasis ineluctable de la corrupción, la grande y la pequeña, impulsada por el propio presidente en toda la administración.

El Congreso no se quedó atrás y despuntó por sus esfuerzos para ganarse la desaprobación ciudadana, con iniciativas descabelladas, escándalos y tropelías en abundancia.

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El 2022 puso de relieve también la sorprendente resiliencia de nuestras instituciones, nunca mejor representada por la fiscal de la Nación y su equipo de colaboradores, que no titubearon en desafiar al Ejecutivo. Lo mismo es cierto de las Fuerzas Armadas y policiales, cuya reacción frente a la fallida intentona golpista –lo más feo de 2022– terminó precipitando la implosión del régimen. Mal que le pese a AMLO y Petro, el relevo se produjo impecablemente, en estricto apego a lo establecido en nuestro ordenamiento constitucional.

Lo peor del año fue, sin dudas, la pérdida de vidas como consecuencia del brote de violencia instigado por algunos azuzadores, que aprovecharon las legítimas movilizaciones ciudadanas en favor del adelanto de elecciones para promover su propia agenda política.

El final de este calendario se presenta como auspicioso, con un Legislativo que finalmente parece tomar consciencia de su responsabilidad para atenuar la crispación y convocar a elecciones adelantadas; y una presidenta que sabe que el suyo solo podrá ser un gobierno de transición.

El año venidero se proyecta igualmente complejo, con el gran desafío de aplacar la conflictividad, recuperar la confianza, retomar el crecimiento y aprobar las reformas políticas necesarias para evitar una reedición de la actual crisis.

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