Nano Guerra. (@gec)
Nano Guerra. (@gec)

El lamentable fallecimiento de Nano Guerra García ha evidenciado nuevamente la sordidez y el canibalismo que caracterizan las relaciones interpersonales y la convivencia entre los peruanos pospandemia. Gritarle “rata” e insultar el féretro de un ser humano o las declaraciones del primer ministro en Perumin diciendo que “no le temblará la mano” frente a nuevas protestas (un gobierno que carga con 67 peruanos muertos encima) nos hablan de una inhumanidad posapocalíptica.

Según cifras del Ministerio de Salud (Minsa), las atenciones de salud mental subieron casi 400% entre 2009 (419,703 casos) y 2022 (1′631,940 mil casos). Entre las principales patologías se encuentran la ansiedad, la depresión, síndromes de maltratos y trastornos emocionales, trastornos del comportamiento, y problemas de desarrollo psicológico.

A pesar de estas cifras desbordadas, el Estado peruano le asigna un insuficiente 0.2% del presupuesto nacional a la prevención y control de patologías relacionadas con la salud mental. Según la OMS, el Perú tiene en promedio tres psiquiatras y diez psicólogos por cada 100 mil habitantes. De los casi 400 psiquiatras que trabajan para el Minsa, alrededor de 300 se encuentran en hospitales de Lima.

“Bailaría y escupiría sobre su tumba” o “que sepan los fujis que esto les espera cuando mueran” son algunas de las frases que emanan de psiquis fracturadas por el odio y la ansiedad generalizada potenciada por el desborde de la criminalidad. También se festejan las muertes por las protestas sociales. “Bien muertos por terrucos”, se escucha cuando se habla de los 67 compatriotas muertos. La salud mental de los peruanos se encuentra en un alarmante estado de emergencia.