(Foto: Freepik)
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Un indicador muy usado por los analistas es el ingreso por habitante. Significa cuánto, en promedio, recibe un ciudadano en un país a lo largo de un año. Si, por ejemplo, en cierto país la cifra es de US$10,000, quiere decir que es un promedio de los ingresos anuales por persona. Esto significa que, dependiendo de la distribución de ingresos, la cifra puede llevar a engaño, pues puede ocurrir que una pequeña porción de la población obtenga, digamos, 10 veces ese ingreso mientras que la gran mayoría recibe 10 veces menos ese ingreso; sin embargo, el promedio sale US$10,000. Algo similar ocurre cuando un profesor señala lo siguiente: en el último examen el promedio fue 15 y lo compara contra promedios previos. ¿Significa acaso que todos obtuvieron 15? Obviamente no; podría estar un gran número de estudiantes desaprobados, pero el promedio sale 15.

A pesar de ello, si revisamos cifras, los países con mayor ingreso por habitante tienen mejores indicadores sociales, aunque, desde luego, la correlación no es perfecta. Veamos algunos datos. Si tomamos la base de datos de Cepal, observamos que, en América Latina, Chile tiene el mayor ingreso por habitante (US$14,547), seguido por Uruguay con US$13,949, Panamá con US$10,751 y Argentina con US$10,571. Siguen México con US$9,672, Costa Rica con US$9,257, Venezuela con US$7,926, Colombia con US$7,448, República Dominicana con US$6,527 y Perú con US$5,935. Cierran la lista Bolivia con US$2,390 y Haití con US$738. La diferencia entre Chile y Bolivia es de 508%. Argentina duplica el ingreso por habitante de Perú. Y estos resultados no se obtuvieron por uno o dos gobiernos, sino luego de décadas.

América Latina no solo es heterogénea (usando el indicador descrito), sino que, además, es la región más desigual del mundo. La desigualdad de ingresos se mide de distintas maneras. La más usada es el coeficiente de Gini, que es un número que fluctúa entre 0 y 1. A mayor desigualdad, mayor Gini. América Latina tiene un promedio de 0.45, muy por encima del de Noruega (0.259), Australia (0.349), Estados Unidos (0.410), Holanda (0.280) y China (0.422), etc.

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Esto significa que, dentro de América Latina, existen muchos ciudadanos concentrados en los dos extremos (o en uno de ellos), lo que hace que el promedio sea menos representativo que en otros países. Los países con menor Gini son aquellos que invierten más y mejor en educación y salud y, en general, en temas directamente relacionados con el bienestar de los habitantes. Son sociedades menos conflictivas, en las que se puede llegar de manera más fácil a consensos. Por eso es que es más simple crecer. Un hecho empírico es que los países con mayor desigualdad de ingresos crecen menos que los más igualitarios. Más aún, a mayor desigualdad de ingresos, menor impacto del crecimiento sobre la reducción de la pobreza monetaria. Ciertamente que, en lo que va del siglo XXI, la desigualdad de ingresos ha disminuido en la región, aunque no lo suficiente para siquiera acercarse a los países más avanzados.

Lo que no significa lo anterior es que todos deban recibir exactamente el mismo ingreso por habitante. Lo que sí significa es que la “línea de partida”, es decir, el acceso a iguales oportunidades debe ser el mismo para todos; lo que ocurra de ahí en adelante es responsabilidad de cada uno. Lo que no puede ocurrir es que, por un tema de acceso desigual a oportunidades, algunos ciudadanos puedan hacer más que otros.

¿Dónde nos deja la discusión? En la necesidad de igualar oportunidades en el inicio. Igual educación y salud para todos, acceso al Poder Judicial, etc. Solo así podremos pensar en un país mejor, al menos dentro de un tiempo.

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José Baella