(Foto: archivo GEC)
(Foto: archivo GEC)

Uno miraba la TV abierta peruana en estos días y parecíamos Suiza, pues lo que más ocupaba las pantallas era la persecución al raposo Run Run (quien, para estar a la moda actual de identidades, debería alegar que es un can con el cuerpo de un zorro). Pero, a pesar de Latina, no somos helvéticos y la última gran crisis que ha generado Castillo en nuestro turbulento país ha sido nuclear: nada menos que con las FF.AA. y sus ascensos.

Se veía venir. Hace tiempo desde aquí veníamos advirtiendo de que había que estar muy vigilantes con las próximas promociones de generales, pues estos comunistas podían terminar colocando a su gente y se acabó el partido. Afortunadamente, no sucedió eso y ascendieron los que correspondían. Pero Castillo no puede quitarse lo cheverengue de encima, así que inesperadamente defenestró al general Vizcarra, al que además maltrató como persona y como profesional, al apartarle del cargo a tan solo tres meses de nombrado. Esto solo porque ese correcto militar no quiso ascender al pariente (Ciro Bocanegra) de un amiguete y paisano suyo. O sea, más palurdo no pudo ser todo, pues Vizcarra no salió por falta de confianza, inútil o insolente, sino porque no se prestó a favorecer una típica argolla provinciana. Peor aún habrían sido las cosas en la FAP, porque –según LR– el agraviado general Chaparro no quiso favorecer a un amiguete de… ¡Vladimir Cerrón!

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La solución a esta crisis está clarísima: el ministro de Defensa Ayala, el secretario de Palacio Pacheco y los Bocanegra se tienen que ir a sus casas, mientras que los generales Vizcarra y Chaparro deben ser repuestos en sus cargos. Lo lamento por sus sucesores Córdova y Artadi, pero más importante es conservar la profesionalidad y el respeto de nuestras FF.AA. que sus respectivas carreras (además que por un compañerismo elemental no debieron aceptar en esas circunstancias).

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