Desembocadura del río Ocoña, en Arequipa. (Andina)
Desembocadura del río Ocoña, en Arequipa. (Andina)

En las últimas 24 horas, antes de enviar esta columna a la redacción, han pasado por la estación de medición del Río Pisco unos 26 millones de metros cúbicos de agua. Eso es lo que se ve sobre la superficie del cauce; pues debajo de ella están pasando otros millones.

Una vez que el río llega al bajo valle, muchos de esos millones se infiltran adicionalmente al acuífero de aquel. Proceso que se repite de forma continua. Todos los días, todos los meses, todos los años.

Muchos se impresionan con el extraordinario volumen de agua que se pierde en el mar. Con 12 horas de esos caudales, por ejemplo, se llenaría por completo la laguna de Marcapomacocha. Una de las mayores que abastece Lima.

Pero no es esa la línea de pensamiento la que debemos seguir cada verano. Lo que debemos entender, y las autoridades enseñar, es el enorme reservorio de aguas subterráneas que disponemos en la costa.

Lamentablemente, no hemos sabido hacer uso racional del agua subterránea. Lo ideal es utilizar agua superficial en épocas de avenidas que es cuando se recargan los acuíferos y descargarlos en época seca.

Los acuíferos predominan en la costa y se caracterizan por su permanente recarga. Existe —lamentablemente— una sobreexplotación en algunos pocos valles y un absurdo criterio para prohibir o restringir su uso en muchas zonas de la costa donde los flujos subterráneos son constantes. Las trabas de ingreso a la formalidad de uso de aguas subterráneas son tantas que la informalidad es absoluta. Más regulación, más informalidad.

El agua que no utilizamos en los acuíferos también puede perderse en la proximidad del mar al mezclarse con la infiltración de las aguas salinas del océano.

Perforar y equipar un pozo tubular o artesiano puede ser una tarea costosa y riesgosa. En el Perú no estamos haciendo uso de tecnologías que permiten perforar pozos de poco diámetro y mucho menor costo de perforación y operación que bien podrían servir a los valles que ricos en aguas subterráneas no resultan accesibles a los parceleros.

Sería estupendo que Agroideas se suba a la iniciativa de asociar pequeños parceleros para perforar pozos de poco diámetro que les permita riego complementario en época de mitas para pasar de cultivos temporales, como el maíz o la yuca, a cultivos permanentes como el espárrago o los frutales. Ese solo salto multiplica el ingreso por hectárea y abre el camino a integrar rápidamente las cadenas exportadoras. Esos pozos se operan con motobombas y son de rápida ejecución.

Hay también mucha bulla política tras el uso de aguas subterráneas. Esta, lastimosamente nos atrasa y no ayuda a resolver el problema de fondo: ¿Cómo hacemos para que un parcelero gane dinero?


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