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Redacción PERÚ21

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Escritora

La primera obra de teatro para adultos que vi se llamaba 'Simón'. Actuaba un joven Alberto Isola y un chiquillo de diecisiete años que se llamaba Miguel Iza. Quedé fascinada con la obra y sus actores. Yo tenía solo diez años y Miguel se convirtió en mi ídolo. Esa noche decidí que yo también sería actriz. Diez años después, terminé mi formación actoral en el taller de Roberto Ángeles. Mi profesor nos invitó a hacer una obra, y para completar el elenco convocó a tres actores profesionales. Uno de ellos era Miguel Iza. Mi sueño de actuar se había cumplido, y encima lo hacía junto con él. Nos hicimos amigos, con un grupo de actores íbamos a su departamentito algunas noches, a jugar Pictionary y a tomar cervezas. Como el departamento solo tenía un ambiente, las carcajadas y los gritos del juego las tenía que sufrir silenciosamente Franco, el pequeño hijo de Miguel, un niñito flaco con cara de asustado que trataba de dormir a pesar del escándalo que armábamos al lado de su cama.

Cuatro años después escribí una obra y le pedí a Miguel que la dirigiera. No muchos lo saben, pero Miguel es un excelente director de teatro. Dirigió maravillosamente esa y mi segunda obra. Para la cuarta, que yo ya dirigía, tuve que sacar del elenco a un actor a un mes del estreno. Desesperada por conseguir un reemplazo, llamé a Miguel, que ya era unos de los actores más solicitados de nuestro medio, solo para tantearlo. Total, no perdía nada preguntándole. Miguel aceptó. Me salvó el montaje, y le subió el nivel con su presencia.

Y un día, en la primera sesión de un taller de dramaturgia que dictaba en el CCPUCP, entró Franco Iza. Seguía teniendo esa cara de asustado, pero ahora era un joven que transmitía seguridad y calma. Yo pensaba que era innecesario que viniera: el mejor taller de dramaturgia ya lo había recibido él, acompañando a su padre a todas sus obras desde chiquito. Y lo comprobé hace unos días, cuando fui a ver "El análisis", una obra que ha escrito y dirigido él mismo, y en la que actúa Miguel, su propio padre. En ella un director de teatro intenta vencer su incapacidad para transmitirle su amor a su hijo, incapacidad heredada de su propio padre. Con esta obra, Franco inicia muy joven una carrera teatral de manera sobresaliente, como hiciera su papá hace treinta años. Le rinde homenaje al elegirlo como protagonista, y este se entrega a su hijo para que lo dirija en su primera experiencia teatral. Porque el teatro es conflicto y no hay conflicto más doloroso que el que enfrenta a padres e hijos, toda obra de teatro entraña una declaración de guerra. Pero algunas, como esta, son una declaración de amor.