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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Y vaya que importaba. La presión del público obligó a que Phillip Butters fuera despedido. Ayer vimos que, sin importar cuán popular sea un programa o un presentador, la opinión pública se los puede bajar de un día para otro; y comprobamos que sí, había un límite para lo que se puede decir en los medios. ¿O no?

En un lustro, Butters demostró enorme versatilidad: habló de moda, carros, leyes, economía, ciencia, terapias alternativas, medicina, psicología, cocina, maternidad, feminismo, política y maquillaje con la misma prestancia y seguridad con la que habla de sí mismo.

Y así también insulta, etiqueta, desprecia, ofende, juzga, difama y llama a odiar. Y solo existe su punto de vista, así que tu opinión, en realidad, jamás ha importado; solo era una excusa para que, en la esperanza de sentirte escuchado, prendieras la radio y lo escucharas a él.

Quizá creías que eras tú quien decía que había que patear lesbianas si se besaban cerca de un colegio y por eso te pareció justo y reivindicador. O cuando llamó "vendido" (eso significa "mermelero") a cada periodista que se atrevía a contradecirlo.

Butters no empezó a hacer esto ayer, pero nunca antes pasó nada. ¿Qué cambió? ¿Fue que se refirió a niños o porque esos niños son los hijos o nietos del premier, de la ministra de Educación y del presidente de la República? ¿O porque decir "niños" y en la misma oración decir "cabros", "lesbianas", "sexo" y "orgías" no es tolerable aún? ¿O solo porque es imposible disfrazar eso de libertad de expresión?

La presión social no activó la consciencia empresarial, sino su cálculo de ventas futuras. Pedirle principios a una empresa es como pedirle buen gusto a una calculadora. No despidieron a Butters por violar la ética que sí respetan sus anunciantes, no, sino porque dejó de serles rentable.