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Redacción PERÚ21

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Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y LetrasEscritor

La obra de José Miguel Oviedo contradice rotundamente a quienes piensan que la crítica literaria es una actividad parasitaria, de segundo orden, propia de escritores de escaso talento. Por el contrario, demuestra que un crítico puede ser tan creativo y sugerente como el mejor contador de historias. Hoy, a sus ochenta años, Oviedo es, sin ninguna duda, el más sobresaliente cultor de ese oficio en las letras hispanoamericanas. Miembro de la generación del 50, Oviedo estuvo muy ligado a jóvenes letraheridos como Abelardo Oquendo, Luis Loayza y Mario Vargas Llosa, quienes, junto con otros autores de esa brillante promoción, buscarían nuevos derroteros para la literatura peruana. Sin embargo, su mentor sería Sebastián Salazar Bondy, escritor polifacético y gran animador cultural de la época. Así, Oviedo, sin descuidar su carrera académica, siguió su ejemplo y llevó su pasión crítica al periodismo, donde ejerció esta labor con un rigor y lucidez poco habituales, sobre todo a través del suplemento dominical de El Comercio.

A mediados de la década del setenta, Oviedo, quien enseñaba en la Universidad Católica, partió a Estados Unidos como profesor invitado, sin sospechar que su estadía se haría permanente. Solicitado por prestigiosos centros de estudios como la UCLA y la Universidad de Pennsylvania, se las arregló para complementar su trabajo docente con un notable desempeño como investigador. En esa perspectiva, su mayor reto fue acometer una Historia de la literatura hispanoamericana (1995-2001) en cuatro volúmenes, que se ha convertido en un título indispensable para los estudios de esa disciplina. En tiempos en que la especialización domina los campos del saber, esta obra colosal, que se debe a un solo autor, es una experiencia inusitada que confirma el alcance y la profundidad de un scholar como Oviedo, capaz de cubrir todo el proceso de la literatura escrita en español en nuestro continente. Una hazaña irrepetible.

Probablemente, el mérito fundamental de Oviedo es haber podido conjugar su rol de historiador y crítico literario académico con el de divulgador. Porque, a diferencia de la mayoría de sus colegas, él siempre se esforzó por exponer sus ideas con una claridad meridiana, sin recurrir a jergas crípticas incomprensibles para los no iniciados. Es decir, gracias a la sencillez de su estilo, a la fluidez que exhala su prosa cuidadosamente cincelada, consigue interesar y captar fácilmente a cualquier lector. Esta cualidad es rarísima entre los críticos literarios, lo que nos insta a reconocer a Oviedo como un digno discípulo de Edmund Wilson, quizá el más grande de todos.

El año pasado, la Cátedra Vargas Llosa le dedicó un homenaje en el que intervinieron destacados autores, entre estos nuestro Premio Nobel, a quien Oviedo ha consagrado un libro esencial. En los últimos días, el estudioso nos ha ofrecido una clase magistral sobre Vallejo, con la que agradeció el premio que le acaba de conceder la Casa de la Literatura Peruana, y ha presentado dos nuevas publicaciones. La primera, Archivo personal (Lápix editores), es una suerte de cajón de sastre (incluye comentarios sobre literatura, arte y cine) que corrobora la amplitud de intereses y la riqueza imaginativa del crítico. La otra, Una locura razonable (Aguilar), son unas memorias que, a la vez que trazan el paisaje sociocultural de una época, se imponen como el insólito desnudamiento de un hombre que eligió la batalla de las palabras para edificar su existencia.