(Presidencia)
(Presidencia)

Sin duda, es importante escoger un gabinete que no desate los odios automáticos de Fuerza Popular, tan dados a dispararse por quítame estas pajas. Es fundamental que los escogidos generen respeto o por lo menos no desconfianza –miren a lo que hemos llegado– entre la clase política, aunque sus nombres no sean llamativos.

Cuando el presidente Vizcarra habló de pacto “social” para luego anunciar que cambiaría a todo el gabinete, quedó claro que los que (aún) están se van y que los que estuvieron no vuelven.

El presidente no tiene el tiempo ni el capital, ni el apoyo político necesarios como para emprender ninguna reforma grande que pise cayos y amenace el statu quo y a sus padrinos; en ningún sector. Pero puede esforzarse en salvar el sistema democrático recuperando la fe de las personas en él y, si en el Congreso saben lo que les conviene, lo apoyarán. Porque, ¿de qué modo creen que se traduce el escepticismo y la mala reputación de casi todas las instituciones del Estado? En votos para el primero que diga que se va a tumbar todo eso que la ciudadanía percibe innecesario, costoso y hasta nocivo para sí: no sirve y encima me roba.

¿Y cómo? Asegurando que los puntos de contacto entre Estado y ciudadanía (seguridad, infraestructura, salud y educación) funcionen adecuadamente. Hacer que la gente piense: “Mira, esto funciona, no hay que cambiarlo”. Simple, pero arduo y complejo a la vez.

Un gabinete “de lujo” lleno de estrellas no asegura mucho y habría que hacer tanto esfuerzo de equilibrio para que no se caiga que no dejará tiempo para hacer nada. Como en la selección de fútbol. La eficacia puede estar dada por un buen DT y jugadores que sepan lo que hacen, aunque solo los conozca su mamá.

En esta coyuntura, menos es más y, quien mucho abarca, poco aprieta.