(GEC)
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Quizá lo más decepcionante tras el escándalo de las vacunas sea que las dos autoridades con mayor responsabilidad ética y penal –después del expresidente Vizcarra, claro está– sean mujeres: una médica como Pilar Mazzetti y una diplomática como Elizabeth Astete. Ambas llegaron a los cargos más altos en la organización del Estado y, por su edad, evidentemente tuvieron que vencer muchas barreras para lograrlo; sobre todo Mazzetti ya que en el Perú existen todavía serios estereotipos alrededor de lo que las mujeres deben estudiar y la ciencia es una de las carreras más estereotipadas.

Acaso por eso algunas mujeres que respeto, a las que también les ha costado muelas contrarrestar el machismo e imponer su calidad profesional en el Perú, me han preguntado por el comportamiento de Mazzetti: en 2006, siendo ella ministra del Interior del segundo gobierno de Alan García, se vio obligada a renunciar porque el programa periodístico que yo dirigía en la televisión en ese momento, La ventana indiscreta, denunció que ella había autorizado una compra groseramente sobrevaluada de patrulleros para la Policía Nacional.

Entonces Mazzetti dejó la administración pública, solapa, y desactivando la cuestionada adquisición. Ahora la ha dejado en medio de pifias y justificándose en el temor. “Cedí ante la inseguridad y mis miedos”, escribió, seguramente, pensando en volver (a vernos la cara) dentro de unos años.

Los más de 33 millones de peruanos sentimos temor, tenemos miedo frente a la pandemia y sus estragos, pero respondemos con valor. Miles asisten a sus familiares a pesar del riesgo de contagio, miles pasan la noche haciendo cola para conseguir un balón de oxígeno. Millones salen a la calle a trabajar para alimentar a sus familias. Todos tenemos miedo. Mazzetti es cobarde.

Ya Aristóteles explicaba que la cobardía era un obstáculo para la virtud y que se descubría en el carácter de las personas en los momentos de aflicción. Así es, las personas cobardes, como Mazzetti, no deben ocupar cargos de trascendencia porque la cobardía es uno de los defectos humanos que conduce al delito.

Abusar del poder y tomar privilegios sobre los demás constituye un delito. Pero también es delito componerse con un proveedor para amarrar un contrato.

Un reciente artículo del Financial Times empieza diciendo que “desde el comienzo de la pandemia, China y Rusia han utilizado suministros médicos para intentar conseguir logros en materia de política exterior. Ambas naciones enviaron mascarillas y equipos de protección a los países más afectados. Ahora están prometiendo sus vacunas, con cierto grado de éxito”.

Acá, pues, hay mucho pan por rebanar; el Ministerio Público ya empezó a indagar, pero debe hacerlo muy en serio, sin que la diplomacia peruana ni la embajada china lo corten en el intento.

Antonio Pratto y Jaime Reusche, ambos integrantes del Comando Vacuna, han dicho en estas páginas que les llamó poderosamente la atención que los negociadores por parte del Estado peruano para las adquisiciones –funcionarios del Minsa y de Torre Tagle– le dieran tantas largas a la posibilidad de firmar acuerdos con otros laboratorios que no fuesen Sinopharm.

En el Perú hay demasiados intereses chinos. Los fiscales no deben dejarse amedrentar.