Debates para la TV abierta. (Foto: El Comercio/ Fernando Sangama)
Debates para la TV abierta. (Foto: El Comercio/ Fernando Sangama)

Acierta el politólogo Dargent cuando le exige más profundidad a la televisión abierta para ilustrar a la ciudadanía, pues las frecuencias son finalmente una concesión que le hemos dado todos y el rating no es excusa para escamotear responsabilidades. Además, ya Vizcarra ha sido excesivamente generoso en ahorrarles MUCHOS costos al dilatar inexplicablemente su exministro Edmer Trujillo el apagón analógico hasta 2022, un cambio que hace ya muchos años que debería haberse hecho y que hubiera abierto tremendamente la competencia al ampliar considerablemente el número de frecuencias (tal vez eso explique la benevolencia que un sector de la TV abierta tiene con Vizcarra o su encono contra sus adversarios).

Y el debate técnico y a dos, que ilustra tanto, es un formato totalmente abandonado. Antes sí que había debates de polendas: recuerdo polémicas memorables, como Bedoya-Cornejo Chávez sobre política o PPK-Silva Ruete sobre la nueva ley petrolera de entonces. Escuchabas a los dos lados antagónicos y formabas tu criterio.

Por ejemplo, hace rato que se debió hacer un gran debate sobre todo este proceso de negociación fiscal con Odebrecht. Pones en una esquina a Gorriti, su mayor y más documentado defensor, frente a alguno de sus críticos más sólidos (Rospigliosi, Romero Caro, Hidalgo, Federico Salazar, etc.). ¡No creo que ninguno de ellos se chupase! O un debate sobre la pertinencia de la refinería de Talara, entre su promotor Humberto Campodónico y algún crítico (Ricardo Lago, Romero Caro, César Gutiérrez), con una hora entera en horario estelar. Mejoremos un poquito el bajísimo nivel. No todo es poner “lo que le gusta a la gente”, o transmitir entrevistas fáciles, investigaciones sensacionalistas y reportajes filtrados por las autoridades: el gusto y el criterio se educan.

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