El Perú que queremos. (Foto: USI)
El Perú que queremos. (Foto: USI)

El 30/9 marcó un punto de inflexión en la política. Casi 20 años se respetó el equilibrio democrático, con poderes del Estado autónomos (no exentos de presiones e intromisiones). Dicho balance se acaba de romper. A pesar de las acciones legales que ha iniciado el defenestrado Congreso, estaríamos ante a un hecho consumado.

Hemos perdido la línea, la imagen del país deteriorada y bajo observación de la comunidad internacional. Nuestro mensaje al mundo desarrollado es el de una democracia inmadura y vulnerable. Un retroceso innecesario. Mientras, en el frente interno, los antisistemas afilan los dientes. Celebración callejera y algarabía de una ciudadanía numerosa mas no impresionante. Perro, pericote y gato bailando en el plató. Unidos otra vez, antifujimoristas, liberales, milenios, progres y comunistas recalcitrantes. Hasta vimos flamear banderas rojas con el perfil del Che. ¡Cuánta incoherencia! Finalizado el ejercicio antidemocrático, es necesario deslindar acerca de la visión de país y del curso económico a seguir. ¿En qué Perú deben vivir nuestros hijos? Es la pregunta que deben responder Vizcarra y su flamante gabinete.

¿Queremos una democracia moderna, de gente libre con una clase media amplia, fuerte y pujante? O ser parte de una sociedad igualitaria, estatista, mediocre, mayoritariamente pobre, gobernados por un grupo mesiánico privilegiado? Veinte años de economía social de mercado bastaron para reducir la pobreza de casi 60% al inicio de los 90 a cerca del 20% en 2012. ¡No debemos retroceder! Defender el capítulo económico de la Constitución es preservar el modelo y la esperanza de casi 7 millones de pobres que esperan su turno para vivir con dignidad y libertad.

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