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Redacción PERÚ21

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Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantesUn fulano se masturba tras una reconocida actriz en un bus del Metropolitano. La actriz, entre lágrimas, pide cortarle el "pito". Otro se soba contra una adolescente en el tren eléctrico. Ella lo denuncia y, en su inocencia balbuceante, le pide al 'señor' "que no lo vuelva a hacer". Un tercero que guardaba sus calzoncillos en la mochila le muestra el sexo a una escolar en la iglesia de Las Nazarenas, mientras se entonaba el ángelus. Es arrestado por la Policía. Todo en una semana, y, entonces, se destapa la polémica.

En campaña, la alcaldesa de Lima, horrorizada, sugiere en un inicio, a su salida de un canal de televisión, buses segregados. Mujeres por acá y hombres allá. Luego recula. Se debe de haber dado cuenta de que la segregación es el fin de la igualdad del hombre y la mujer, por lo que tantas han luchado durante todo el siglo XX. Sería, en buena cuenta, admitir una suerte de inferioridad femenina. En ese sentido se pronuncia la directora del Estudio para la Defensa de la Mujer (DEMUS), que rechaza la iniciativa segregacionista porque "no soluciona el problema".

Para el feminismo, de lo que se trata es "que debe haber una política pública que busque derrumbar la idea de que los hombres tienen derecho a acosar". Es, entonces, porque el hombre cree tener más derechos que acosa a la mujer. Sea como fuere, la igualdad entre hombre y mujer es el eje de toda la discusión sobre el acoso sexual en el transporte público. Nadie, sin embargo, lo plantea con todas sus letras pues se asume que dicha igualdad es, a estas alturas de la historia de Occidente, un hecho que no admite más discusión que la paridad absoluta. Abrir, pues, el tema es como abrir la caja de Pandora. Y, en efecto, lo es.

Podría ser obvio para cualquiera con un poco de sentido común y de honestidad intelectual que entre hombre y mujer no hay paridad absoluta más allá de lo que los abogados llaman "ficción jurídica". Y es precisamente la realidad cruda y violenta de estos últimos días la que lo pone de manifiesto. La violencia es ejercida por el fuerte sobre el débil pues de eso es de lo que se trata el acoso. Mal que bien, un hombre que acosa a un hombre puede recibir su merecido en el instante. Y una mujer que acosa a una mujer, también. Un hombre que acosa a una mujer, no.

Esta desigualdad, fundada en la debilidad de la mujer frente al hombre, fue la que, paradójicamente, mantuvo durante buena parte de la historia moderna a la mujer en un sitial de privilegio. Una mujer entonces no era solo una mujer, sino una dama. Y no había hombre que no aspirara a caballero. Ese era el ideal social que imponía, con toda la fuerza de la censura, que el caballero no dejara nunca de proteger y privilegiar al débil. Era su deber de caballero. Siendo la mujer el "sexo débil" y estando el hombre en una situación superior en virtud de su fortaleza, su obligación social –y, sobre todo, moral– era el respeto absoluto de la condición femenina, representada en la dama. Un caballero cedía el paso a una dama, le cedía su lugar y, por supuesto, no se atrevía a tocarla "ni con el pétalo de una rosa". Hoy estamos viendo que es todo lo contrario, pues ya no hay caballeros ni damas, tan solo hombres y mujeres como en la naturaleza. Y en la naturaleza la única ley es la del más fuerte.

Se ha pretendido domar a la naturaleza con los "derechos". Los hechos, sin embargo, son los que mandan. Y el hecho es que la igualdad ha destruido el mundo de los caballeros andantes y las Dulcineas del Toboso. Nos ha dejado en su lugar uno virtual de "ciudadanas" y "ciudadanos", en la que unos enseñan sus partes y las otras lloran indignadas.