(Piko Tamashiro/GEC)
(Piko Tamashiro/GEC)

La semana que pasó, se supo que el ex vicepresidente de Petroperú Miguel Atala admitió ante la Fiscalía que el dinero que se depositó a una cuenta –a su nombre– en la Banca Privada de Andorra no era suyo, sino de Alan García. El funcionario era solo un testaferro del presidente.

Percibido según innumerables sondeos y desde hace muchos años como uno de los políticos más corruptos por un grueso número de peruanos, Alan García (quien se había quitado la vida solo unos días antes porque, en sus propias palabras, nunca permitiría que nadie lo viese enmarrocado) fue delatado por uno de los miembros de su entorno más cercano.

El mismo hombre que acuñó frases como “la plata llega sola” o “demuéstrenlo pues, imbéciles”, pronunciadas en tono sarcástico para la platea, eligió el camino de la evasión antes que el de comparecer ante el país porque claramente al gran orador se le había agotado el repertorio.

Es pertinente reconocer el largo y esforzado camino que han seguido las investigaciones contra García. Tanto en el Congreso, el Ministerio Público y la prensa, desde el final de su primer gobierno hasta hoy. Al tren eléctrico y Siragusa calzaron la Interoceánica y Barata. Sin embargo, ni el propio García ni ninguno de los otros tantos inculpados por corrupción en el Perú pudieron anticipar los saltos que en el tiempo han dado las estrategias fiscales y los acuerdos de colaboración internacional. No en vano Uruguay hizo bien el cálculo cuando le negó el asilo.

Es ya historia la advertencia hecha al fiscal José Domingo Pérez. “Por AG no se pregunta”. También la destitución del equipo especial en Año Nuevo que intentara Chávarry.

Que los presidentes entiendan que son más sus responsabilidades que los honores a los que suelen acostumbrarse con facilidad.

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