(USI)
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Nosotros vimos el partido de ida del repechaje pasada la medianoche en Santiago de Chile. Durante todo el día, nos cruzamos con peruanos que vestían la camiseta de la selección o portaban algún elemento alusivo a nuestro país. Mi pequeño hijo recibió buenos mensajes por parte de extraños mientras caminábamos y él recorría las calles cantando “Perú campeón”. Sin embargo, por la madrugada surgió un poco de miedo. Entre los bares y la cerveza, andar con el polo de la selección no se sentía tan seguro. ¿Por qué el miedo a ser atacado?

Santiago es la segunda ciudad con más peruanos del mundo luego de Buenos Aires. Alberga al 9.3% de peruanos que radican en el extranjero. Es decir a 268,378 personas de los 2’885,788 inmigrantes peruanos distribuidos en el mundo según la ENAPRES 2015. En Santiago, según la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo, viven más de 6 millones de personas, por lo que el poco más del cuarto de millón de peruanos que habitan ahí es considerable. La comunidad peruana se hace notar.

Las ciudades suelen tomar la forma de sus migrantes. Ellos –la mayoría de las veces– se adaptan a la dinámica urbana de la ciudad a la que se mudan y estas a veces los acogen y a veces no. Por ejemplo, el Perú le ha abierto las puertas a los venezolanos, dándoles facilidades migratorias y apoyándolos en la búsqueda de empleo. En otras ocasiones, los migrantes se tornan ilegales por las normas o se vuelven indeseables por la sociedad receptora.

Nosotros tenemos grandes amigos chilenos y los visitamos cuando tenemos la oportunidad. Todos ellos valoran el aporte de la cultura peruana –especialmente su gastronomía, por supuesto– a la vida cotidiana de Santiago. Obviamente, también hay quienes no toleran a los “otros” en su territorio, y el nacionalismo y la discriminación aparecen. Algunas veces esto se manifiesta concretamente en el desprecio al inmigrante y otras el rechazo se extiende, y se maltrata y subestima a todos los del mismo país. Ya sea que sean peruanos, venezolanos o haitianos. Es una lástima que aún haya gente –tanto en Chile como en Perú– que sigue alimentando la discordia y el fútbol se ha convertido –especialmente– en un motivo de disputa cuando justamente debiera ser una fiesta latinoamericana. El partido que aún no ganamos no es contra Nueva Zelanda; es el de la armonía contra la soberbia. Ese Perú vs. Chile es el que ambos estamos perdiendo.