Cada vez somos más los insurgentes de la revolución de los espacios públicos y aquí estamos, sin miedo, en las calles, esperándolos, señala la columnista. (Foto: munlima)
Cada vez somos más los insurgentes de la revolución de los espacios públicos y aquí estamos, sin miedo, en las calles, esperándolos, señala la columnista. (Foto: munlima)

Más de 300 personas nos reunimos esta semana en Río de Janeiro para celebrar los espacios públicos y su poder para la transformación social. Activistas, académicos, líderes comunitarios, funcionarios de la cooperación internacional y de ONG así como representantes del gobierno de todo América Latina nos unimos, nos reencontramos, nos conocimos y reconocimos. Compartimos muchas experiencias de gestión comunitaria, políticas públicas e implementación de espacios públicos pensados en las personas. Recargamos nuestra energía y confirmamos que somos muchos quienes estamos en este mismo camino.

Como siempre digo, los espacios públicos son el corazón de las ciudades y deben ser los escenarios que representen los valores democráticos y la participación social. Hoy que nuestra región latinoamericana enfrenta la cada vez más creciente e inminente amenaza de grupos antiderechos, resulta más urgente que nunca reivindicar el valor de los espacios públicos como escenarios de lucha y de acción política. Y es que a través de ellos no solo se canalizan demandas sino también emociones.

Resulta fundamental reconocer la importancia de la calle para las protestas o lo útil que resulta para provocar —a través de su uso y activación— la consolidación de redes vecinales y fortalecimiento comunitario. Y es que precisamente a través de las estrategias de urbanismo ciudadano y la implementación de intervenciones urbanas es que podemos amplificar el impacto de lo público en nuestra sociedad.

Las revoluciones necesitan una masa crítica de personas con los mismos sueños. No importa si se conocen o no, mientras el objetivo sea común, los pasos que se dan para alcanzarlo suelen ser complementarios. Y es que la ciudadanía activa es poderosa y la acción colectiva transforma, especialmente si viene desde el amor. Desde el amor al bien común, a la noción de lo público y al saber que solo desde lo colectivo es que lograremos prosperar.

Por ello, por cada parque mal mantenido, se activan las redes vecinales, por cada picnic prohibido se consolida la fuerza ciudadana, por cada feria retirada se autoconvoca la comunidad y por cada niño que mira indignado como detienen su partido de fútbol, se instala la resistencia en su corazón. Estamos presenciando la consolidación de un movimiento ciudadano de acción directa y de desobediencia urbana. Cada vez somos más los insurgentes de la revolución de los espacios públicos y aquí estamos, sin miedo, en las calles, esperándolos.