Las paradisiacas islas del Pacífico, como Kiribati (en Australia), lograron evitar la presencia del COVID-19 en sus territorios. Sin embargo, esta medida golpeó su principal fuente de ingreso: el turismo. (Foto: Google Maps)
Las paradisiacas islas del Pacífico, como Kiribati (en Australia), lograron evitar la presencia del COVID-19 en sus territorios. Sin embargo, esta medida golpeó su principal fuente de ingreso: el turismo. (Foto: Google Maps)

Casi un año después de que se declarara en todo el mundo la pandemia por el , un puñado de pequeños y remotos países insulares del Pacífico han logrado esquivar el virus al cerrar completamente sus fronteras, aunque este aislamiento viene acompañado de un alto perjuicio económico.

El distanciamiento físico o los confinamientos y toques de queda son medidas ajenas a la cotidianidad de los pobladores de las Islas Cook, Kiribati, Micronesia, Niue, Palau, Nauru, Tonga, Samoa y Tuvalu, países que no han registrado hasta el momento ningún caso del coronavirus, según datos de la propia Organización Mundial de la Salud (OMS).

Estos pequeños países, compuestos en su mayoría por archipiélagos con decenas de diminutas islas y atolones, tienen una población en conjunto de poco más de 1,4 millones de habitantes, siendo Tuvalu (con 11.192 ciudadanos) la menos poblada.

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El éxito de las naciones insulares, geográficamente remotas, se debe “al endurecimiento en el control de fronteras, cuarentenas estrictas y pocos vuelos de repatriación”, explica la epidemióloga de la Universidad Nacional Australiana, Meru Sheel, a la agencia de noticias española EFE,

Rodeadas por la inmensidad del océano Pacífico y a miles de kilómetros de distancia de sus vecinos más próximos, estas paradisiacas islas actuaron con rapidez y determinación para frenar la presencia del virus en sus territorios.

Sin embargo, con el pasar de las semanas disminuye las posibilidades de evitar la propagación del COVID-19. En octubre del año pasado, las Islas Marshall y las Islas Salomón detectaran sus primeras infecciones y, un mes después, lo hizo Vanuatu.

Un virus que circula en la región es siempre un riesgo”, alerta Sheel, al destacar que la zona “tiene recursos limitados” en cuanto a infraestructura y personal sanitario, así como limitaciones para hacer las pruebas para detectar el virus y rastrear contactos.

Otro de los problemas que afrontan son las enfermedades subyacentes en la población como las coronarias, respiratorias crónicas, la diabetes, la obesidad, el cáncer en una parte de los 2,3 millones de habitantes desperdigados en los archipiélagos del Pacífico.

PÉRDIDAS ECONÓMICAS

Para estas islas, la tranquilidad de estar libre de COVID-19 ha tenido sin embargo un alto costo. Es el caso de la turística Fiyi, que tiene medio centenar de casos, cuenta con la infraestructura más desarrollada de la región y ha logrado contener la pandemia.

Pero en 2020 se prevé que el producto interior bruto (PIB) fiyiano caiga en un 20 %, según los cálculos del Banco Mundial, que vaticina que las economías del Pacífico no se estabilizarían hasta el 2022.

Además, la pandemia ha obligado a muchas familias “han tener que tomar decisiones difíciles como dejar de comer o retirar a sus hijos de las escuelas, algo que tendrá consecuencias dañinas en los próximos años”, alerta Michel Kerf, representante del Banco Mundial en la región en un reporte publicado el mes pasado.

A la evaporación del turismo se suma también la fuerte reducción del intercambio comercial internacional, la caída de los precios de sus materias primas por una menor demanda y de las remesas de su diáspora, entre ellos trabajadores estacionales.

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