Los videos de la desgracia empezaron a compartirse de inmediato, inundando los chats de WhatsApp y las redes sociales, pronto la televisión. Era el espanto hecho imagen, un escenario arrebatado de alguna película apocalíptica. Son poco más de las 6 de la tarde en Beirut, el sol aún no deja el puerto y un voraz incendio provocado por una explosión consume un edificio. Los bomberos luchan a contrarreloj. Pero una calamidad mayor está a punto de ocurrir. De la enorme llama naranja se origina un segundo estallido que destruye todo a su paso. El humo irrumpe en la ciudad como una ventisca llevándose el puerto encima. V La noche en un segundo. Gritos ahogados por el estruendo. Una descomunal nube con forma de hongo se observa a kilómetros de distancia, algunos dicen que el estremecimiento se pudo sentir hasta Chipre.

No era la ficción. Beirut, la capital del Líbano, cambiaba su realidad. En tan solo un instante pasaba de una triste normalidad a una pesadilla. La cifra estremece al ser nombrada: más de 150 muertos y 5 mil heridos. Muchas decenas más siguen desaparecidos.

UNA NEGLIGENCIA

Situado al oeste de Asia, el Líbano es un país que parece estar condenado a las tragedias. Lo ocurrido el martes es la enésima catástrofe en la historia de esta región que ha persistido por 4 mil años sin cambiar de nombre, a pesar de ser ocupada por 16 naciones en todo ese tiempo. Sus ciudades llegan a ser mencionadas incluso en el Antiguo Testamento y se cuenta que allí Jesús hizo el milagro de convertir el agua en vino. Su capital, Beirut, tiene una historia aparte. Destruida y reconstruida siete veces, la ciudad fundada por los fenicios es comparada con el fénix. La alegoría recobra nuevas fuerzas con todo lo ocurrido.

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Hoy Beirut está cubierta de cenizas. “Es como la Segunda Guerra Mundial”, comenta un transeúnte temeroso de que alguna endeble pared pueda caerle encima. “Era una masacre. Una masacre, una masacre. Vi a gente gritando, cubierta de sangre, casas destruidas, cristales rotos… Si me hubieras dicho que era un tsunami, o Hiroshima… “, dice con miedo Eli Zakari, otro residente, a un reportero de La Vanguardia. Es que ninguno de los 5 millones de beirutíes imaginó que el 4 de agosto su ciudad quedaría en ruinas. La sustancia responsable fue el nitrato de amonio, específicamente 2,750 toneladas que llevaban seis años almacenadas en el puerto.

Usado como base para producir fertilizantes, esta sustancia tiene un oscuro historial. Ha sido protagonista en una veintena de desastres similares durante el siglo XX, lo que ha causado en total unos 2,000 muertos en diferentes países, desde el Reino Unido, Francia, Polonia, México y Australia hasta Estados Unidos.

¿Y cómo fueron a parar dos mil toneladas de nitrato a un almacén en medio de la ciudad? Esa es la pregunta que tratan de responder los libaneses, mientras pasan del lamento a la rabia al saber que la tragedia fue una negligencia.

Ya en 2014 un periodista local había dado cuenta de la presencia de una carga de nitrato que había llegado un año antes al puerto de Beirut a bordo de un barco procedente de Georgia y con destino a Mozambique. El Rhosus —como se llamaba la nave— había sido detenido por las autoridades libanesas al no contar con los documentos necesarios para transportar el potencial explosivo. Su dueño y los tripulantes también habían quedado retenidos a bordo mientras se buscaba una solución. Sin embargo, el desenredo nunca se dio debido a la burocracia. Para 2015 el cargamento ya había sido descargado y olvidado en el Hangar 12 del puerto, un espacio donde convivía cerca de material inflamable. Justamente los libaneses mencionan que antes de la gran explosión de nitrato se escucharon estallidos de fuegos artificiales.

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EL PEOR MOMENTO

El Líbano sigue llorando. Se trata de la explosión más destructiva en un país que ha soportado una guerra civil de 1975 a 1990, conflictos con Israel y ataques terroristas periódicos. Azotada por la pandemia del coronavirus, la tragedia no pudo ocurrir en un peor momento. Desde hace meses el país está sumido en una crisis política que ha llevado a miles a las calles a protestar, además de una situación económica grave, con una inédita depreciación de la moneda, hiperinflación, despidos masivos y drásticas restricciones bancarias. Se estima que la mitad de su población ya vive en la pobreza.

Por el momento, el Gobierno ha ordenado la detención de las autoridades portuarias, mientras decenas de jóvenes de ciudades vecinas llegan para limpiar los escombros, dejando postales de dolor, pero también de solidaridad. Países como EE.UU., Reino Unido, Kuwait o Egipto han prometido ayuda, mientras que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, visitó la ciudad y se comprometió a brindar apoyo. Beirut, el fénix, tiene que levantarse otra vez.

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