Una estatua decapitada de Cristóbal Colón en el parque del mismo nombre en Boston, Massachusetts. (Foto por Joseph Prezioso / AFP).
Una estatua decapitada de Cristóbal Colón en el parque del mismo nombre en Boston, Massachusetts. (Foto por Joseph Prezioso / AFP).

Cada generación debe escribir de nuevo la historia, decía el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe. La pregunta es cómo.

A tres semanas de la muerte del afroamericano bajo custodia policial, grupos de manifestantes derribaron, el 10 de junio, en el mismo estado de Minnesota, donde ocurrió el crimen, estatuas del navegante genovés . Caía el busto de este personaje considerado descubridor de América y se abría un debate sobre la revisión de la historia.

El fenómeno se multiplicó en otras geografías. Se trataba de pintas, derribamientos; incluso la figura apareció decapitada en la ciudad de Boston.

Para el historiador Gustavo Montoya, se trata de un fenómeno complejo: una protesta anacrónica y al mismo tiempo legítima. Lo primero porque, visto desde el presente, fuera de contexto, alrededor de Colón se resume medio milenio de colonización, con todo lo que ella implicó. Lo segundo porque existe un conflicto racial no resuelto en EE.UU. y las sociedades adonde se ha extendido este fenómeno, lo que hace que el reclamo sea válido. Sin embargo, concluye el historiador, la historia tiene una dimensión irreversible.

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Lima y sus minorías

Lo que ha sucedido con Colón es una acción disruptiva, dice Gustavo Oré, director de Diversidad Cultural y Eliminación de la Discriminación Racial del Ministerio de Cultura. Ello significa que es momento de cuestionarnos si tales personajes representados en los espacios que comparte toda la ciudadanía son válidos o no.

“El hecho de que las estatuas hayan estado siempre no justifica que sigan. Es momento de mirarnos y evaluar cómo queremos vernos en el futuro, eso aplica al Perú”, anota el funcionario, quien no apoya la vandalización de estatuas.

“En el Perú existe un racismo estructural, que afecta a la sociedad a distinto nivel y del cual la escasa representatividad de las minorías étnico-raciales, en Lima, por ejemplo, es la punta del iceberg”, acota.

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En el mismo sentido se manifiesta Owan Lay, miembro del directorio de la organización afroperuana Makungu para el Desarrollo, quien comenta que en el caso de la comunidad afroperuana, existe una subrepresentación en el espacio público. Salvo algunas excepciones, Lay indica que en Lima existe una invisibilización de lo que es una colectividad cuya tradición forma parte fundamental de la identidad nacional.

“No hay una plaza Francisco Congo (líder cimarrón revolucionario afroperuano que luchó contra la esclavitud) como una plaza Washington o Bolognesi”, comenta para agregar que se trata de un problema histórico, educativo e incluso de presupuesto.

“La vandalización de las estatuas es una forma de protesta. Muchas veces se comete el grave error de atentar contra patrimonio cultural monumental. Sin embargo, si estos hechos no ocurriesen, quizá no llegaríamos a estas reflexiones. Ergo, es difícil juzgar su validez o no”, indica Lay.

En el debate sobre estos monumentos es importante atender a otros factores, como su valor artístico. Según el arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos, hay estatuas logradas, significativas y valiosas.

Incluso, comenta el arquitecto, algunas de estas obras son capaces de plasmar el mestizaje en sus formas. Bajo esa lógica, destaca, por ejemplo, esculturas de Sérvulo Gutiérrez en la avenida Arenales en las que se retrata a la mujer amazónica.

Asimismo, subraya que en el Parque de la Reserva, el artista indigenista José Sabogal hizo una fuente basándose en la cerámica Moche. “Composición muy de parque parisino, pero las presencias son prehispánicas, son rostros del indigenismo, acentuaban los rasgos indígenas”, dice.

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Miremos las esculturas

En 2018, 91 esculturas monumentales ubicadas en el Centro Histórico de Lima fueron declaradas Patrimonio Cultural de la Nación. En esa lista, es mínima la cantidad de representaciones de la población afroperuana u otras minorías. Sin embargo, el problema es más complejo.

Para poder evaluar el fenómeno desde un panorama más amplio, el Programa Municipal para la Recuperación del Centro Histórico de Lima (Prolima) se ha propuesto hacer un catálogo razonado de las esculturas de modo cronológico para explorar cuáles han sido las motivaciones que llevaron a colocar una u otra en tal espacio. Eso es algo que falta y que podría ayudar a poner en contexto esta discusión.

Además, no hay que olvidar que las esculturas en Lima no sufren actualmente el juicio de la historia, pero sí un continuo abandono. Ello ha llevado a que Prolima, incluso durante la cuarentena, continúe la labor de recuperación de casi cien estatuas que han sido dejadas a su suerte sistemáticamente.

Como parte del Plan Maestro de la Recuperación del Centro Histórico, arquitectos, conservadores e historiadores han culminado en estos días la investigación histórica, el diagnóstico patológico y la propuesta de restauración de dichas esculturas del Centro Histórico y unas 15 de Santa Beatriz, indica Martín Bogdanovich, gerente de Prolima.

Ello para que, acabado el confinamiento, se inicie la intervención física a dichas figuras. El objetivo, indica el Plan Maestro, es que al bicentenario de la República se entregue la totalidad de las esculturas restauradas.

De hecho, los especialistas consultados coinciden en que el bicentenario es una oportunidad para reflexionar sobre estas demandas o ausencias.

En ese sentido, Oré apunta que, así como hubo vandalización de monumentos alrededor del mundo, también se reportaron retiros voluntarios por parte de las autoridades. “Lo que se debe construir es el consenso”, dice.

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