El hombre en busca de sentido.
El hombre en busca de sentido.

Cuando tenía 17 años, leí un libro que marcó mi vida: El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Cayó como del cielo porque yo mismo estaba tratando de darle sentido a mi vida, quería estudiar Psicología, pero algunos me metían la idea de que me iba a “morir de hambre”. Venía de un colegio pituco y todos mis amigos iban a estudiar Finanzas, Administración o Ingeniería Industrial. Me decían: “¡¿Tú eres huev*n?! Eres bueno para litigar, tienes facilidad de palabra y encima tienes el estudio de tu viejo, y te vas a meter a una cueva a escuchar problemas todo el día... No seas immmbacil”.

Pero yo quería estudiar Psicología, trabajar con personas, adentrarme en lo humano. Además, había visto mucha depresión, ansiedad y adicciones en el mundo de la gente pudiente, había confirmado que la salud no era cuestión de dinero y estaba convencido de que no había nada peor en el mundo que el sufrimiento mental.

Frankl en el libro cuenta su historia en los campos de concentración de Auschwitz y crea la Logoterapia (“terapia del sentido”). Postula que el ser humano, por sobre todas las cosas, es un ser de sentido, y que esta necesidad o voluntad está incluso por encima del deseo por el placer y por el poder. La búsqueda de sentido viene a ser una necesidad, un deseo, y una voluntad a la vez, y si uno no lo encuentra, enferma, se deprime, se angustia, cae en adicciones. Es decir, se enferma existencialmente, espiritualmente, y no solo a nivel psíquico. Nos dice que el sentido se encuentra en el amor, en el servicio, y curiosamente también en el sufrimiento. Pero no en el sufrimiento masoquístico, sino en la actitud adecuada frente al sufrimiento inevitable.

El siglo XXI está cargado de vacío existencial, de crisis de sentido. Nos hemos convertido en adictos a lo irrelevante. A lo superficial. Es poca la gente que lee, que va al teatro, que piensa. La degradación es tanto cognitiva como emocional. La empatía disminuye, la capacidad para contemplar, se confunden las prioridades.

La voluntad de sentido nos reconecta, nos ayuda a volver a lo esencial: la idea de que todo trabajo es digno, lo importante es sentirse útil, productivo, entender que la clave está en las relaciones interpersonales, mantener un balance entre lo material y lo espiritual.

Difícil resumirlo pero termino con una frase de Viktor Kuppers, discípulo de Frankl: “Lo más importante es que lo más importante SEA lo más importante”.