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Redacción PERÚ21

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Roberto Lerner,Espacio de crianza

Una generación que se acerca a la mayoría de edad, criada en cierta paz, bienestar material y optimismo. Crisis y estrecheces vividas como turbulencias que presagian algo mejor, interesante. No son todos –nuestro país es desigual e injusto–, pero son: constituyen una masa crítica que le confiere dinamismo creativo al conjunto de la sociedad.

Los que andan alrededor de los cuarenta –con hijos adolescentes– y los que tienen más edad, observan con ambivalencia y recelo a chiquillos y chiquillas que tienen la vida por delante y la afrontan como una estantería interminable atiborrada de ítems diversos que combinan cada uno a su manera, que alternan y cambian cada uno dentro de sus posibilidades. Pero la idea es: yo armo mi escenario, muevo las piezas de mi tablero, escojo el tipo de juego, elijo la secuencia. Claro, la realidad tiene la última palabra, pero esa es la idea.

Y los mayores, que venimos de la talla única; del menú popular dos entradas, dos segundos, dos postres, chicha o gaseosa; de la película, el concierto, la universidad, la carrera, el matrimonio; no sabemos qué hacer frente a ese torbellino de ofertas, deseos, caminos alternativos y decisiones. Miedo, desconcierto, curiosidad y, cómo no, envidia, son algunos de los insumos de nuestras actitudes y conductas frente a una generación que consume todo: productos, servicios, vivencias, sustancias, parejas, estudios, trabajos.

Muchas veces nos convertimos en radares, en sistemas de señalización de peligros, en oráculos y en policías, olvidando que lo más importante es que enseñemos la difícil tarea de afrontar los dilemas morales que el exceso de opciones trae consigo.