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Redacción PERÚ21

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Jaime Bayly,La columna de Baylyhttps://goo.gl/jeHNR

Lo intenté en 1992 y 1994 y fracasé, lo intenté en 2001 y 2002 y volví a fracasar, lo intenté en 2010 y la tentativa fallida duró apenas tres meses. Mi recuerdo del Perú es Lima, y Lima es San Isidro y Miraflores, aunque también, muy vivamente, Los Cóndores, la casa en la que fui niño. Me gustaría tener una casa en Los Cóndores para sacar mis armas de fuego y dispararlas apuntando a una lata o una botella. Acá en Miami no puedo hacer eso, vendría la policía enseguida. Vivo fuera del Perú desde 1991. He vivido en Madrid, en Miami, en Washington, en Buenos Aires, en Santiago de Chile y en Bogotá. En todas esas ciudades he tenido casa (alquilada), aunque en Santiago he vivido en un hotel (la torre del Sheraton) y en Bogotá, en otro hotel muy agradable (el Portón).

En Washington viví en un ruinoso apartamento de la calle 35, en Georgetown, y luego me mudé a un departamento muy acogedor, en la misma calle, cerca de la universidad, que debí comprar (me lo ofrecieron a buen precio) pero que no compré porque en aquellos años, 1992, 1993, 1994, estaba empecinado en vivir austeramente como un escritor hasta que se terminasen mis ahorros (todo lo que había podido ahorrar en la televisión desde 1983 hasta 1992) y ya luego vería si me pegaba un tiro o me resignaba a volver a la televisión. Años más tarde, el 2005, volví a Georgetown como profesor visitante de la universidad y viví en una casa alquilada donde me moría de frío y no podía dormir: ya habían comenzado, exactamente el 2004, en Buenos Aires, mis graves trastornos para dormir, que a punto estuvieron de costarme la vida, suerte que no tenía una pistola a la mano en Buenos Aires y no me animé a saltar del balcón del piso doce. En Washington fui el novio de Sandra y luego el esposo de Sandra y luego el ex esposo de Sandra y solo hice el amor con ella y nadie más. Esa ciudad, y el barrio de Georgetown en particular, me hacen llorar como un niño porque todo me recuerda a Sandra y al nacimiento de nuestra hija Camila.

En Miami he vivido desde 1995 hasta estos días que corren de 2012. Viví un año en un departamento alquilado, viví seis años en una casa alquilada, viví un año en un hotel, el Sonesta, que ya demolieron, viví dos años en una casa alquilada cerca del Sonesta, viví cuatro años en una casa nueva alquilada. Si sumo todo lo que pagué en alquileres en Miami desde 1995 hasta el 2004 que me mudé a Buenos Aires, hubiera podido comprarme una casa y dos también. Pero no quería endeudarme, me sentía más libre pagando una renta y evaluando al final del año si quería seguir quedándome o ya era hora de mudarme. Eso me pasó por fin el 2004: decidí mudarme a Buenos Aires para vivir con un hombre del que me había enamorado.

Ese año, el 2004, en esa torre de San Isidro, calle Sáenz Peña, piso doce, con vistas al río y a Barrio Parque Aguirre, fue catastrófico para mi salud, quizás el peor de mi vida. No podía dormir por el frío y el ruido de los vecinos, dejé de salir a correr, me pasaba las noches insomnes comiendo helados de chocolate, engordé mucho, lloraba todo el día y discutía a gritos con mi novio porque no había podido dormir y tenía el ánimo hundido y la paciencia, corta. No sé cómo hice para seguir aferrado a la rutina de escribir todas las tardes. Fue un año tremendo, brutal. Fiel a las enseñanzas de mi madre, me negaba a tomar pastillas para dormir. Y no dormía. Y a la mañana siguiente era un monstruo y hacía llorar a mi novio y él se marchaba tirando la puerta y yo pensaba en saltar por el balcón. Era la demencia pura. Hasta que la madre de mi novio me dio unas pastillas para dormir y me salvó de una muerte segura. Poco después me ofrecieron dar clases en Georgetown y no lo dudé. Nunca debí alquilar ese departamento alto y helado de San Isidro: el día en que lo visité por primera vez, noté que los dueños tenían, colgado de una pared, un retrato de José María Escrivá, fundador del Opus Dei. Me pareció una señal ominosa, debí hacerle caso. Me fui de Buenos Aires pero uno nunca se va del todo de Buenos Aires. Volví el 2006 a un departamento que mi novio había alquilado en esa misma calle, Roque Sáenz Peña, en San Isidro. Viví allí (parte del tiempo, viajaba todas las semanas) el 2006, 2007, 2008 y 2009. En algún momento lo sacaron a la venta y lo compré. Era pequeño y acogedor y tenía una vista muy bonita al club de rugby. No recuerdo la última vez que dormí allí, debió de ser el 2009. El hombre que era mi novio ya no es mi novio ni es mi amigo, me traicionó y decidió ser mi enemigo. Ese departamento está vacío, pago las cuentas todas los meses desde Miami, me hace ilusión ver allí el mundial de fútbol del 2014 y las elecciones argentinas de 2015. Ilusiones bobas, seguramente no iré más, me trae muchos recuerdos tristes. Cuando tuve que ir a Buenos Aires hace dos años, preferí quedarme en un hotel, me asustaba dormir en ese departamento y reñir con el pasado.

En Lima, desde 1992 hasta el 2010, he sido un visitante, un hombre de paso, el residente provisional de algún hotel. Durante años me quedé en un hotel del centro de Miraflores que se llamaba Las Américas, no sé si todavía existe, era muy ruidoso. Luego me pasé al Park Plaza del malecón, allí me consentían mucho y fui feliz, eran los años dorados, de esplendor en la televisión de Miami, y podía pagarme una semana al mes en el Park Plaza. Tiempo después, y para estar cerca de mis hijas, que vivían en Camacho, terminé quedándome, y pasando largas temporadas, en el hotel Golf Los Incas, del que me marché bruscamente, fastidiado por el escándalo que montaban los futbolistas cuando se alojaban allí, y nunca más volví. Después me pasé un tiempo al hotel Libertador de San Isidro (allí hice el amor con Silvia por primera vez) y luego me animé a pagar un poco más en el Country, donde me sentía muy a gusto. Si sumo todo lo que he pagado en hoteles en Lima entre 1992 y el 2010, podría comprarme una casa y hasta dos también. Pero todos esos años prefería pagar un hotel precisamente porque no quería atarme a Lima, echar anclas en Lima, fijar mi residencia allí.

Finalmente, y bajo presión familiar, compré unos departamentos en Lima en los que ahora no vive nadie. Todos los meses pago las cuentas y no es poco dinero, es más de lo que solía gastar cuando iba una semana al mes y pagaba un buen hotel. No sé qué hacer con esos departamentos. De momento son mi casa en Lima pero no quiero ir a dormir allí ni quiero venderlos y no me queda más remedio que pagar los mantenimientos y las refacciones y las cuentas siempre crecientes. Peor todavía, están construyendo un edificio al lado y, según me cuentan, hacen mucho ruido desde las ocho de la mañana, de manera que si viajase unos días a Lima, tendría que irme a un hotel.

He sido feliz en Miami, muy feliz. He sido triste en Washington, muy triste, y sin embargo allí me hice escritor. He sido puto en Buenos Aires, muy puto y muy pasivo y muy feliz, y sin embargo ahora me da miedo volver, hay gente que me odia y quizá quiera matarme o hacerme un desplante. He sido marihuanero, fumón, muy feliz en Bogotá, cómo extraño esas noches de lluvia en el hotel. He sido donjuanito, casanovita, porfirito rubirosa, en Santiago de Chile, tantas chicas lindas de paso por la torre del Sheraton, tantos amores fugaces con mujeres cuyos nombres no recuerdo. Y ahora sigo en Miami en la casa de mis sueños, la casa en la que quiero vivir hasta el final de los tiempos. Y aquí me quedo. Pero ciertas noches cuando salgo a caminar con Silvia, le digo: cuando me retire de la televisión, vamos a vivir en Miami, en Lima, en Buenos Aires y en Nueva York. Y Silvia me dice: ¿y el colegio de Zoe? Irá al colegio en esas cuatro ciudades, es lo que le conviene, digo. Silvia sonríe porque sabe que no me retiraré de la televisión y no volveré a vivir en Buenos Aires y en Lima seguramente no aguantaría dos semanas y ya estaría loco por irme, como han sido estos últimos veinte años, desde que me fui un lunes de abril de 1992, espoleado por tres sueños que, presentía entonces, solo podría cumplir cabalmente fuera del Perú: ser escritor, ser puto y ser feliz, tres cosas que, en mi caso, son indesligables.