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Redacción PERÚ21

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Roberto Lerner,Espacio de crianza

Es la segunda vez que mi nieto me dice "váyate", acompañando sus palabras con un gesto asertivo de empujarme, una vez que hemos llegado a un lugar al que lo he llevado, como el nido o la casa de un amiguito. Y, otra novedad, ayer no parecía muy feliz de tenerme a su lado en una reunión familiar: apenas podía se alejaba hacia otro cuarto para hacer, según dijo, "mis cositas".

En un caso está en un entorno de pares con algunos adultos que habitualmente los acompañan; y, en el otro, en uno de adultos. Pero más allá de mis hábitos de observador de conductas y situaciones propios de mi deformación profesional, no puedo negar que sentí un golpe en mi orgullo de abuelo a todo meter: esa conexión cómplice, esa afinidad a prueba de todo y todos, esa intimidad preferente, ¿comenzaban a debilitarse y pasaba a ser yo una presencia molestosa? ¡Auch!

Algo de eso hay, por cierto. Pero, sobre todo, estoy asistiendo al nacimiento de un espacio propio, una diferenciación de territorios, un decantamiento de experiencias, una consolidación de libretos variados, cada uno de los cuales es valioso y puede convertirse en el centro de su atención, interés, pasión, temores y expectativas, y que requieren personajes y presencias diferentes.

Es la emergencia de una individualidad que es más rica porque ejerce preferencias y exclusiones. En la medida que un niño va generando intimidades que nos son opacas en muchas ocasiones, crece. Sería peligroso confundirlas con rechazo, dejar que nuestro ego herido fuerce colarse en los lugares de la privacidad naciente que, en el fondo, son los que harán verdaderamente exquisitos y más reales los momentos de intimidad que seguiremos teniendo con nuestros pequeños seres queridos, hijos, nietos, alumnos.