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Redacción PERÚ21

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Beto Ortiz,Pandemoniobortiz@peru21.com

Intensas ganas de miccionar interrumpen un sueño bien bonito que involucraba espectaculares escenas de sexo explícito. Plausible erección obstaculiza el paso de la orina. Cuando regreso a la cama y me duermo de nuevo ya no lo puedo retomar. Es otro sueño que se pierde para siempre.

Al despertarme por tercera vez por la misma razón, empiezo a preocuparme por mi próstata cansada. Solo espero que me siga funcionando bien un tiempo más porque anoche Susan León me ha propuesto que hagamos un hijo. Nos saldrá inteligente y potón.

Suena la infame alarma de un carro. Maldigo al imbécil del dueño. Miro por la ventana y me percato de que el auto que está sonando es el mío. La apago arrochado y me la retiro.

El ulular de las cuculíes al amanecer me recuerda al árbol de suche a cuya sombra escogía semillas y piedrecitas del arroz mi abuela Zoila con paciencia costurera.

El soñoliento portero del edificio me saluda apostando a que El Valor de La Verdura va a estar bien pulenta este sábado: _la gente está que cuenta las horas, pe' barrio_–me dice.

En cambio, la gorda espectral que barre la calle con fastidio me saluda con la cabeza y sigue barriendo sin mayor interés por lo pulenta que estará nuestro esperado sketch .

Caravaggio incorporaba varios autorretratos grotescos en sus cuadros, colocándolos en los personajes más desconcertantes, por ejemplo, en una cabeza cortada de Goliat. Bendayán hizo lo mismo con su propia cabeza en el Encuentro del Amazonas, personal versión del mural de Calvo de Araujo. Sus fabulosas imágenes se me aparecen con frecuencia mientras escribo. Quizá porque cada sábado escribo sentado frente a uno de sus cuadros más bacanes.

Me alegra que Melcochita me haya invitado a su diablo. Cumple 76. Me río leyendo la ocurrencia que ha mandado imprimir en el sobre: "Mi último cumpleaños". Pero no voy a ir porque él mismo me ha dicho: ¡no vayas!

Tiene razón Melcocha cuando dice que a la gente hay que pedirle que haga lo opuesto a lo que uno quiere que haga. Consciente de ello quiero hacer un llamado a la teleaudiencia para que me sigan preguntando si me quedo dormido durante mis entrevistas, para que me sigan pidiendo que Rosario Ponce se siente en el sillón rojo.

Cuando le digo a un sastre que me haga un terno, nunca me hace un mameluco.

Ha desaparecido Ruth Thalía Sayas Sánchez, la primera concursante de El Valor de la Verdad. También han desaparecido otras seis personas menos famosas cuyas fotos aparecen en mi recibo de Luz del Sur.

Mucho menos importante es la desaparición del agraciado amiguito que, por incomodar un poco a los regios invitados, llevé como chambelán a un refinado cóctel de inauguración en el Cusco. Moraleja: despedirse siempre preventivamente de todos con un escueto: "¡No te pierdas!"

Nunca he sido feliz sin estar triste. Nunca he sido feliz pero al menos he perdido varias veces la felicidad. Si amas a alguien déjalo ir y dispárale por la espalda mientras corre.

Lista de cosas pendientes para hoy: aprender a usar mi nuevo i-pad, regresar al gimnasio tras quince días de flojera, recoger mis camisas de la lavandería, escribirle un e-mail a Santa Rosa de Lima con absoluta fe en que me contestará.

Mientras, como cada mañana, me desangro afeitándome y caen uno a uno, sobre el níveo lavabo, poéticos copos de espuma sanguinolenta veo de reojo en mi propio noticiero un reportaje de Marisel sobre la atroz facilidad con que se les quiebran los huesos a unos infortunados niños de cristal. Pienso en lo cruel que ha de ser que no te puedan abrazar porque te rompes.

Mírame y no me toques.

Así decía una tía cuando me veía atrapado en medio de otro episodio psicópata de aquellos. Mejor ni le digan nada. ¡Está de mírame y no me toques!

Pero hoy estoy de tócame y no me mires.

Ese es el estado en que me encuentro.

Tócame que soy realidad. Tócame que soy calidad. Tócame que soy cantidad. Tócame que soy vanidad.

No me acuerdo qué almorcé ayer. Inés siempre me exige que se lo diga. Tal vez debería preocuparme ante la posibilidad de que tamaños vacíos en la memoria reciente constituyan síntoma precoz pero tampoco me acuerdo a quiénes entrevisté ayer. Y esto último sí me parece normal porque cuando lo pregunto en las reuniones de producción –¿quiénes vinieron ayer?– nadie lo recuerda.

¿Acaso recuerdas tú, memorioso lector, a qué congresista entrevisté el último viernes? Claro que no. ¿Ya ves?

Lo que sí sé es que debo haber entrevistado a unas dos mil personas en estos dos años de insomne noticiero.

Quizá vaya siendo hora de que publique un grueso volumen intitulado "Dos mil Entrevistas Olvidables".

El Chato Grados me dice que todo el dinero que gane en el programa servirá para pagarle una operación a su amigo, El Chivillo de los Andes, aceitunado y melancólico cantante vernacular que –por una aciaga coincidencia– murió en el más absoluto abandono la tarde del jueves mientras El Chato Grados desmenuzaba sus verdades más dolorosas con el único afán de evitar que echaran de su triste cama del hospital 2 de Mayo al malogrado cantante conocido como El Chivillo de los Andes.

Tras desplegar severa requisa en mi propio departamento he logrado reunir cerca de 40 libros que donaré a la biblioteca asháninka que está organizando un entusiasta grupo de jóvenes limeños. Varios de los libros que regalaré han sido escritos por amigos que quiero conservar. Los amigos, no sus libros.

No deberían arañarse porque también me estoy deshaciendo de varios escritos por mí que no pienso volver a leer ni a cañones. Estoy seguro de que en la verde espesura de la selva nos leerán mucho más que en la gris liviandad de Lima.

Mientras camino por el centro, un galifardo instalado en la acera de enfrente me grita ¡Valor! aflautando la voz. Así se llama mi programa de modo que no sé si deba tomarlo como una agresión. Pero una señora encopetada, de notoria base siete, se acerca como a consolarme y me dice: No le hagas caso. Tú eres brillante. Lleva puestos unos caros e inmensos lentes de sol como de soldador lo cual contribuye a que me convenza, por un momento, de que debo ser brillante.

Ha regresado de España el amigo que, más de diez años atrás, posó a mi lado, para El Comercio, disfrazado de Lord Alfred Douglas, blondo y andrógino efebo acompañando a un cabrísimo Oscar Wilde de lacia peluca, interpretado por mí. Afortunadamente para todos, ha regresado convertido en un apachurrable gordipepo. Una montaña de tallarines a la huancaína sellan nuestro jubiloso reencuentro de camaradería.

Acostumbrado a comer melcocha, el manjar blanco no me hace daño.

Arrasados por la Unidad de Acciones Tácticas de la PNP, asaltantes conocidos como "Los Atorrantes de Ate" se van de cara en su intento de asaltar a balazos una tienda de baterías en Lince. Es la nota principal de hoy y en el titular escribo, divertido, la expresión que le enseñara al mismísimo Alfredo Bryce la otra vez: "Batería seria"

¿Qué significa "batería seria"? –me preguntó. Le respondí "patota". El lector veinteañero se preguntará, a su vez, ¿qué significa patota? Collera. ¿Y qué significa collera? Mancha. Es un buen consuelo constatar que el lenguaje envejece más rápido que uno.

"Tendrá que sentarse" fue el antológico titular que escogieron los colegas de América Noticias para informarnos que no se le podrá reconstruir el pajarito al pobre hombre que fuera mochado a cuchillazos por la amante en un hostal de Breña. "Mejor me hubiera matado" –declaró la infeliz víctima. "Tendrá que sentarse". Viéndolo bien, el doble sentido de la frase es brutal. Qué mala es la gente.

"Siempre he sabido muy bien qué hacer con mis fracasos. El éxito, en cambio, es extraño, me desconcierta, es un enigma para mí" –dijo el poeta Walt Whitman quien, de vez en cuando, publicaba, sin firmar, elogiosas reseñas de sus propios libros.