Tirar los dados

Mi carrera en la televisión de los Estados Unidos comenzó con un fracaso. A principios de 1991 me había mudado a Madrid con la intención de escribir una novela, No se lo digas a nadie, que andaba devorándome los sesos como un virus sin remedio.
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Jaime Bayly,La columna de Bayly

Mi carrera en la televisión de los Estados Unidos comenzó con un fracaso. A principios de 1991 me había mudado a Madrid con la intención de escribir una novela, No se lo digas a nadie, que andaba devorándome los sesos como un virus sin remedio. En eso estaba, escribiendo a mano la novela en un cuaderno en las horas que atendía la biblioteca pública, cuando Héctor Delgado Parker, visionario, soñador, empresario incansable, me llamó por teléfono y me propuso hacer un programa de televisión en Miami. No lo dudé, Héctor me había parecido siempre tan brillante y astuto como su hermano Genaro, que me había dado mi primera oportunidad en la televisión, allá por 1983, de manera que suspendí la conspiración de la novela y me mudé a Miami. Con la ayuda de un veterano productor argentino, conseguimos estudio, montamos la escenografía, afinamos los detalles y empezamos a grabar. Se presentó un primer problema: todavía no había entrado en operaciones el canal Sur, que Héctor estaba organizando con unos bríos y una determinación que nunca tenían frenos. Teníamos entonces el programa pero no el canal que lo emitiese en los Estados Unidos, era cosa de esperar unos meses hasta que Sur saliera al aire. Por eso Héctor y su hermano Manuel, un caballero que estaba al mando del canal en Lima, Panamericana, decidieron que mi programa se grabaría en Miami y se vería en el Perú. Fue un fracaso, el público peruano le dio la espalda, no tenía sentido hacer desde Miami un programa solo para el Perú. Como los números eran malos, Héctor y Manuel me dijeron amigablemente (siempre fueron muy generosos conmigo) que debía regresar al Perú. Un viernes me despedí en Miami y el lunes ya estaba en Lima con escenografía montada a toda prisa por otro veterano productor que ya falleció. Una vez en Lima, y contagiado del cariño local, el programa despegó, se consolidó y fue un éxito mayor del que habíamos esperado, hasta que renuncié la noche que Fujimori dio el golpe y decidí irme del Perú, pues no podía salir ese lunes aplaudiendo el golpe o haciéndome el despistado cuando el canal estaba intervenido por los militares. Pasaron dos años y medio, era mediados de 1994, ya había salido mi primera novela y de paso me había quedado sin dinero. Tuve que regresar a la televisión de Lima, a Panamericana, donde Arturo Delgado, hijo de Héctor, me dio la oportunidad de volver al programa de las once de la noche y reencontrarme con el público. Hicimos una corta temporada de seis meses, con gran éxito. Al terminar el año, le pedí a Arturo que mudásemos el programa a Miami, al canal Sur que había fundado su padre. Digno hijo de su padre, Arturo se arriesgó y me acompañó en la aventura. Alquilamos un estudio en las oficinas de un banco que había quebrado en la calle Lincoln y salimos al aire en canal Sur en enero de 1995, todas las noches, a las once en punto. Aquella fue la primera vez que mi programa se vio en los Estados Unidos: canal Sur me permitió entrar a las casas de tantas familias latinoamericanas que habían emigrado a ese gran país y querían ver televisión en español. Tuvimos éxito en 1995 y 1996. A finales de 1995, el presidente de Univisión me ofreció un programa a la una de la tarde, para las amas de casa. Decliné, le dije que no podía hacer televisión a esa hora en la que recién estaba levantándome de la cama. Me dijo, incrédulo, que era la primera persona en rechazarle un programa en la historia de Univisión. Continué en canal Sur. Pero a fines de 1996 los dueños de CBS compraron Telenoticias y me llamaron y me propusieron que mudase mi programa a CBS Telenoticias. Fui a Chicago, me entrevisté con el jefe de CBS News, Andrew Heyward, me contrataron por dos años y el programa salió en octubre de 1996. Fueron mis años de esplendor en Latinoamérica. El programa salía en directo, a las diez de la noche, y se veía en toda Latinoamérica, salvo en México, donde Emilio Azcárraga, dueño de Televisa, bloqueó la entrada de CBS Telenoticias a los cables mexicanos, por algo le decían El Tigre. Mi cara pasmada se hizo popular en Colombia, Venezuela, Chile y Argentina principalmente, y en Centroamérica y el Caribe (donde ya antes me conocían por un programa semanal de política internacional que había hecho entre 1985 y 1990, grabado en Santo Domingo y San Juan). Tuve muy buena suerte en la Argentina, donde el dueño del canal 9, el legendario Alejandro Romay, compró mi programa y lo emitió a medianoche, de manera que se veía en directo en el cable y diferido a medianoche en canal 9, lo que me convirtió en un personaje muy popular, tanto que me imitaban a menudo en el programa de Tinelli. También tuve suerte en Colombia, donde hice varias temporadas de entrevistas a personajes locales en el canal Caracol. Pero las buenas rachas no son eternas y en algún momento se cortan. A fines de 1998 tenía que elegir: me quedaba en CBS Telenoticias (que hubiese sido lo prudente) o daba el salto a Telemundo, cuya jefa, Nelly Galán, me llamaba con insistencia. Traté de convencer a Nelly para hacer un programa a las once y media de la noche, al estilo de Johnny Carson y David Letterman, mis héroes de toda la vida, pero Nelly me dijo que el público hispano se dormía temprano y que ese horario no funcionaría, de manera que, muy a mi pesar, y contrariando mi instinto, acepté su oferta de hacer un programa semanal, los martes a las diez de la noche, grabado. Fue un fracaso, un sonado fracaso, mi peor fracaso en la televisión. El programa duró apenas medio año, los dueños de la cadena despidieron a Nelly y contrataron a un nuevo jefe, Jim McNamara y mi programa fue cancelado por bajo rating. Cuando Jim entró a Telemundo, borró de un plumazo todo lo que había hecho Nelly, incluyendo mi programa, y quedé fuera de juego en la televisión de Estados Unidos: chamuscado en Telemundo, no podía ya dar el salto a Univisión, así de cruel es la televisión, donde todos los éxitos se olvidan cuando das un paso en falso y tropiezas, de modo que no me quedó más remedio que volver a Lima y lanzar El Francotirador en la campaña presidencial de 2001. Años después, en el otoño de 2005, estaba dando clases de literatura en Georgetown University (qué desfachatez la mía), cuando me llamaron de un canal de Miami, Mega, que acababa de fundarse gracias a la audacia de Raúl Alarcón, dueño de decenas de radios en español en Estados Unidos, que ahora se aventuraba al negocio de la televisión, a competir en grande con Univisión y Telemundo. Mega entró al mercado con ese espíritu retador, el de ser la tercera cadena en español de los Estados Unidos, un puesto que aún disputa con varios otros canales. En 2006 lanzamos mi programa por Mega de lunes a viernes a las diez de la noche. A las entrevistas de siempre, sumé los comentarios políticos irreverentes, despiadados, cargados de cierto venenillo, que dieron muy buenos resultados. El programa tuvo un éxito inesperado y me permitió reencontrarme con el público de los Estados Unidos, que años atrás me había visto por Sur, CBS en español y Telemundo, hasta mi traspié el año 2000, cuando me dieron de baja. Seis años después, ya octubre de 2012, sigo en Mega dando la pelea. Univisión y Telemundo pasan novelas a las diez de la noche, yo me defiendo con mi repaso de la actualidad política y entrevistas erráticas a personajes de la farándula y otras ramas del hampa. Testarudo, sigo soñando con un programa de medianoche en Univisión al ritmo ágil de los maestros Dave Letterman y Jay Leno, pero todo indica que moriré sin cumplir ese sueño. Tendría que haber aceptado el programa a la una de la tarde en Univisión en 1995 o convencido a Nelly Galán de Telemundo para que me diera las once y media de la noche en 1999, pero así cayeron los dados y a esa hora ambas cadenas todavía se rehúsan a probar suerte con un programa de humor y entrevistas ligeras, que tan buenos resultados da en la televisión en inglés. No me queda sino perseverar en Mega hasta fin de año y, si hay suerte, continuar un año más, peleando por meterme a todos los televisores posibles en la vasta geografía de los Estados Unidos, de lunes a viernes a las diez de la noche, los viernes con la complicidad inestimable de Silvia Núñez del Arco. El año que viene, si seguimos en pie, cumpliré treinta años haciendo televisión apasionadamente, y nada me gustaría más que celebrarlos allí mismo, metido en la televisión, ese invento formidable al que me introduje, trémulo, curioso, hechizado, en noviembre de 1983, y del que todavía no quisiera irme del todo. Mario Kreutzberger, mítico personaje de la televisión, me lo dijo hace años, cuando visitó mi programa: No dejes de pedalear la bicicleta, si dejas de pedalear te caes. Aquí seguimos pedaleando, soñando que el año que viene será mejor. Solo me retiraré cuando no tenga ya nada que decir y eso es imposible para un charlatán como yo.

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